Temo que el caballo venga por la noche y me muerda la mano.
Que junto a mí se duerma muchas horas, que su lengua
toque otra vez mi nuca y emita un sonido espantoso.
Escucho cómo anda por la sala,
cómo respira, cómo su sangre de treintaiséis litros bombea
su cuerpo y mi tristeza. Soy un niño de ocho años cuya pesadilla
tiene cuatro patas, pelo abundante en la cabeza, ojos oscuros
como la luz del cuarto. Abre la puerta entonces
y el sonido de los cascos al chocarse.