Recuento

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Hoy te recordé. Recordé esa tarde de pandemia, sentados en la banqueta frente a la casa, mi gatito atigrado cuidándonos y exigiendo caricias, tú, arreglada con jeans y una blusa rosa de manga larga, querías olvidarte un rato del caos y las prohibiciones, canjearlas por unas fotos. Hasta el gato jugó a ser modelo esa tarde. Recordé ese primer arroz que batí y que después aprendí a hacerlo perfecto porque odio equivocarme. A la fecha no he arruinado ninguno otro. Esas idas al mercado, caminando con calma, hablando de cualquier cosa. Nunca entendí por qué te gustaba tanto escucharme, pero me hacía feliz tener a alguien a quien contarle mis ideas. Esas mañanas de café con un pan calientito de la panadería nueva, las películas y series con golosinas, los atardeceres de la mano, las noches de estudio y tareas, el apapacho cuando llegaban esos días, y los experimentos culinarios que, de alguna forma, salían bien. Pero también recordé la incertidumbre, esas discusiones con sabor a monólogo que teníamos porque te llegué a conocer tan bien como tú misma. Tener que poner en tu boca las palabras que no te atrevías a decir por ese maldito apego evitativo con el que nunca supe lidiar: las mentiras, verdades a medias, la resistencia a decir nada. Siempre que el ambiente se tensaba intermitentemente, me amortajaba y terminó por ser costumbre. También recordé haberte dicho que, pese a toda esa mierda, ni siquiera era lo peor con lo que me había topado. Ojalá fuera mentira. Supongo que por eso lo dejé durar tanto, ¿tú por qué lo habrás hecho? Al menos la gata tricolor, esa que intentó volverse parte de tu familia y a la que rechazaste igual que a mí, ahora está en un lugar feliz donde la aman. Se lo merecía, y yo también. ¿Te quise? Probablemente sí. ¿Me quisiste? Quizá, quién sabe, a quién le importa.

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