Lápiz pedido

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Era un lápiz como cualquiera: estaba hecho de madera, grafito y goma. Pero a pesar de ser simple, cuando mis dedos lo tocaban y comenzaba a escribir, cada línea era perfecta. Poco importaba si era curva o recta, mi lápiz lo haría bien. Él sabía que, si me equivocaba, no estaría mal, pues tendría una goma para borrar. Ahí supe que amaba a ese lápiz.

Un día, mientras buscaba mi lápiz, vi una pluma bella y elegante. La tomé entre mis dedos y comencé a escribir. Su tinta y sus trazos eran perfectos. Dejé a un lado mi lápiz y me centré en escribir con la pluma.

Cuando la tinta se acabó, fui a buscar mi lápiz. Pero no estaba en ningún lado. Lo había perdido. Me llené de tristeza. Supe que no lo había aprovechado cuando estaba entre mis manos. De la frustración que sentía, tomé todo lo que había escrito, lo rompí y lo tiré al suelo. Entre pedazos de papel, terminé por perder la cordura.

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