Devaneo de iris

7. DEVANEO DE IRIS

Claudia había tomado agua, luego pensó qué día de la semana era. Jueves. Todavía era temprano para dar una vuelta, otra vez, a la biblioteca. Le tomó cierto cariño a ese lugar porque cada libro tenía impresos los dedos del abuelo Marco, quien fuera el bibliotecario durante veinte años. Cada cuerpo de hojas dentro de los estantes había sido reparado, desempolvado y acomodado por él. Incluso, el mismo abuelo llegaba a afirmar que los cantos dorados de cada uno sabían su nombre.

Mientras caminaba por la calle, recordaba la compañía de la sombra de Marco sobre el concreto.  Claudia caminaba en seco porque sus pies iban a tropel en dirección a la biblioteca, pero los recuerdos le arrojaban a otro lugar.

Otro hombre estaba sentado en el escritorio donde Marco recibía a copiosos lectores. Entró sin saludar. Tomó una pluma azul tirada y comenzó a subrayar Pedro Páramo.

—¿Por qué está rayando? —preguntó el bibliotecario con una mueca de disgusto.

—Si usted toma algo de su pensamiento, podrá darse cuenta de que parecen ideas marcadas. Las frases parecen constituirse como líneas materiales del pensamiento. Tienen caminos bastante definidos —respondió la mujer sin despegar los ojos del trazado de la tinta azul de la pluma.

—Veo que usted misma pretende construir una metáfora. Haga un tratado poético de los libros, o lo que quiera —replicó el hombre con sarcasmo sonriendo hacia su alrededor—, pero es contra las reglas la expresión del ingenio de los lectores en libros de una biblioteca pública. Tendrá que pagar el libro, comprarlo o traer otro título del mismo autor.

—Así es, ¿sabía usted que el iris tiene devaneos? —Claudia le miró más de cerca, poniendo su rostro por encima del libro.

—¿Disculpe? —el hombre cerró su libro poniéndolo sobre la mesa junto a su café. Se marcaron arrugas junto a sus ojos. Colocó su mano sobre su barbilla.

—Es así. Mire hacia los largos pasillos de la biblioteca, luego hacia la ventana que da a la ciudad, ¿pensó en algo?

—¡No! Es una bobada. Olvídelo, no pienso perder el tiempo tratando de encontrar un sentido o significación a expresiones rimbombantes que sólo distraen mi lectura —Claudia soltó una risa.

—Obviamente que no, pero el iris ha tenido la impresión de un reloj, de tiempo, a eso me refiero. Donde los ojos se confirman testigos de usted, de mí —Claudia abrazó el libro—. En todo caso, traeré lo más pronto posible a Juan Rulfo.

El hombre agachó la mirada y respiró profundo.

Semblanza

María de Jesús Cantero García (Guanajuato, 2000). Estudiante de Educación Primaria. Ha publicado en el Blog de los Jóvenes de la Revista de la Universidad de México UNAM.

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