Sobre aquella extensión de memoria que abarca el cuerpo

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Los recuerdos son algo distante, objetos movidos por el viento. En ocasiones sabemos a dónde van porque les sujetamos de algo, un hilo que nos deja tenerlos presentes, aunque lejos. Poco a poco les soltamos hasta que se hace difícil manejarles. Esto es así hasta su partida, y miramos los efectos. Un papalote entre los brotes de un árbol, un globo del que no sabemos si llegará a las nubes o al suelo tras reventar, hojas sueltas que recogemos sin saber cuánta distancia han recorrido desde el tronco.  

No sólo sabemos que las hojas caídas son de zapote por lo verdes que están, o lo bien que pueden oler, sino porque tenemos registros suyos en la caja de unidades fundamentales situada más allá del hueso. La memoria permite reconocer aquello que deriva en la representación esquemática mental de lo que ocurre en el mundo real.  Esto también es así y lo hacemos principalmente debido al tacto cada que juntamos hojas.

El tacto y la memoria siguen un trayecto. Las señales recogidas por los receptores del tacto en nuestra piel se mueven regularmente al sistema nervioso, ahí ocurre su proceso y la generación de los eventos mentales. Las señales andan por vías divergentes en las que son multiplicadas en relevos sinápticos, algunos cálculos indican que lo hacen unas diez mil veces en mamíferos, aunque el número varía según la especie.

Todas las experiencias de la piel son tan universales como la presencia de las plantas. El encuentro de los pares involucra a la estimulación táctil con el Sistema Nervioso Central, aumenta el andar de la sangre y facilita la sensibilidad y el placer. Caminos a un encuentro. Por otro lado, el tacto es indispensable en la lactancia. El contacto piel a piel de la madre con su hijo es esencial para establecer puentes afectivos; a su vez, el nuevo ser adquiere seguridad en sí mismo. Caminos que repentinamente se apartan. 

Imagino la posibilidad de traer en mano los recuerdos ajenos cada que sujetamos objetos recuperados en la realidad. Acceder a la representación verdadera de los demás, pero se trata de elementos inasibles, no existe tal procesamiento. En cambio, el origen de los receptores del tacto se remite a eventos de la misma importancia; la aparición de la conciencia, las emociones y la capacidad cognitiva de seres impacientes por conocer.

Semblanza

Álvaro Martínez Dzul (1990, Campeche) es un maestro rural que escribe. Trata de prestar atención a la minucia y a las interrelaciones. Participa en el taller de narrativa de Grafógrafxs.

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