Ella y él

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Ella se sorprendía a sí misma buscando la felicidad en cada reflejo. 

Él se sorprendió a sí mismo cuando encontró su felicidad en ella.

Ella hablaba y reía con diferentes personas; desaparecía por lapsos para hacer viajes a lugares lejanos que le prometían la claridad y el conocimiento que anhelaba desde su niñez.

Él disfrutaba hablando con ella, su risa era más fuerte conforme las oraciones entre los dos le otorgaban una claridad exclusiva.

Él la esperaba cada que ella emprendía uno de sus largos viajes. 

Ella, en el fondo de sus pensamientos, esperaba pacientemente aquel abrazo de bienvenida, por parte de él, al regresar.

Cada abrazo de bienvenida hacía que la distancia a la que se vieron sometidos fuera insignificante para él; para ella era sinónimo de una brisa que no sentía en las alucinantes cumbres y de una comodidad que ningún pueblo hospitalario podía ofrecer.

En cada destino al que ella acudió, la claridad a la que aspiraba involucraba un sentimiento de amor: los trazos en hindú le dictaban un amor a su alma; las voces en viejas canciones celtas inspiraban amor a un teónimo; los destinos paradisíacos casi la convencían de haber sentido amor hacia los extensos viajes sin respuesta.

Él, pacientemente, continuaba aguardando aquel momento en el que ella regresará con sus respuestas tan ansiadas.

Ella solía preguntarle por qué no se unía a su trayecto, y él, con una sonrisa y su certitud característica, se limitaba a sostener su mano por unos minutos más.

Y así, con el tiempo pasando a una velocidad mayor y su mente preparada, ella emprendió el viaje más corto que pudo haber realizado.

Él fue quien la recibió y, esta vez, al soltarse de aquel abrazo de bienvenida, ella no volvió a apartarse de él ni de aquellos sentimientos.

Su viaje a corta distancia continuó con la enseñanza de que diferentes tipos de amor podían otorgarle su felicidad.

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