Las nubes

pexels-photomix-company-1002703-scaled-thegem-blog-default

Hace poco leí una frase que, en esencia, decía que cuando alguien llora solo mientras llueve, aquél se siente un poco mejor pues las nubes lo acompañan en su tristeza.

A veces salgo al patio, miro al cielo y observo las nubes transportarse por el viento. Les tomo fotos y luego vuelvo a mirarlas.

¿Será que las nubes se me parecen?

Después de rumiar la idea por varios días me di cuenta de que sí.

Según el ciclo del agua cuando una nube está demasiado cargada de gases, se precipita. Tarda en deshacerse de toda el agua que contiene, pero amamos ese proceso porque nos da un montón de beneficios y mantiene al planeta en equilibrio.

Sin embargo, por causa del cambio climático este ciclo se está viendo afectado y en algunos lugares hay sequía, en otros llueve a cántaros y lo que debería de propiciar vida destruye todo a su paso.

Nosotros, a veces sin darnos cuenta, obtenemos cargas innecesarias que solo nos abruman, en algún momento son tantas y tan densas que parecen asfixiarnos. Al igual que las nubes podemos soltarlas de distintas formas.

Algunas veces en enojos y relámpagos violentos sobre gente inocente; otras veces, en lágrimas, en suspiros.

Llovemos por las noches antes de dormir, llovemos al comer, a veces nuestra carga es tal que llovemos todo el día, aunque sea intermitentemente.

A veces, simplemente no podemos sacar nuestras penas, no sabemos cómo y entonces causamos sequías de amor.

Afectamos al entorno en el que habitamos.

Y al igual que las nubes, dependiendo de lo profundo de nuestras penas será el tiempo que nos tome quitarlas de nuestra vida.

Así como el ciclo del agua, en el proceso generamos nuevas cosas. Aprendizajes, ideas, mañas, lo que se nos ocurra generar y para lo que dé nuestra alma.

Vivimos tan impacientemente que se nos olvida que sobrevivimos gracias a los ciclos, que por muy negra que nos parezca la noche habrá estrellas brillando, que después de una lluvia torrencial el amanecer será hermoso, que el sol de la tarde, justo antes de morir, alumbra el paisaje de manera fenomenal como gritándonos al oído que nunca es tarde para empezar.

Mañana tal vez pensaré que mis dragones del miedo y de las penas van a consumirme.

“Ahora sí no creo poder salir de aquí”, pensaré. Pero pasarán las horas, los días, y veré cómo las sombras toman forma y ya no me aterrarán.

Y esto ocurrirá mil veces más.

Al final lo que importa es que se puede empezar otra vez.

2

Dejar un comentario

X