Mirasol

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Un girasol es demasiado grande, pero es su flor favorita. Pasé un poco de vergüenza. Siempre miran a alguien con flores, sonríen ligeramente, tal vez por ternura, pero muchos lo hacen por burla a cierta inocencia. “Llevar flores es de caballeros”, me animaba. Y llevaba en alto el comienzo de un insólito suceso.

Dejé en un jarrón sobre la mesa al chimalxóchitl, así me dijo que es en náhuatl. Y no podía dejar de pensar en ella y de ver la predicción del clima para el día siguiente, esperaba que no siguiera lloviendo, para verla. Sin poder dormir, comencé a dar vueltas a la mesa, pensaba qué le diría para darle el maíz de Texas. “Eres mi todo”, muy usado. “Eres el centro de mi universo”, exagerado. “Tú eres mi sol”, me gustó, también se llama mirasol la flor. ¿Y después qué haría? Seguí dando vueltas, en una noté un movimiento de soslayo. Volteé, la planta se movía, me detuve, di un paso, la flor giró para verme. Pensé que estaba adormilado. Fui al otro lado de la mesa, el girasol se torció por completo para seguirme.

Cogí el tallo con fuerza. “¿Dónde dejé mi celular?”, pensé. Y como si lo hubiera preguntado, el girasol apuntó, vi hacia ahí, vi mi celular en el suelo. “¿Dónde están mis llaves?”. Giró, me llevó hasta el sillón, entre cojines encontré unas copias extraviadas. “¿Dónde está… dónde está… el centro de mi universo?”.

Salí en pijama al coche a pesar del aguacero. Iba a avisarle que llegaría a su casa para contarle algo extraordinario. Pero la planta me llevaba hacia otro rumbo. Conduje hasta la orilla de la ciudad, pero no pude seguir por unos árboles. Sin importar las gotas, corrí entre troncos, sombras, ramas, hasta que mis pies chapotearon. Llegué a un lago, la superficie estaba imperturbable. Ya no llovía. En ese cristal estaba la luna, resplandeciente. De tanto mirarla, distinguí mi reflejo. Me dominó, pareciera que nunca lo hubiera visto. Y empezó a brillar el astro, desapareció la oscuridad de los árboles, pero fue más, cada vez más luz. No era la luna, sino el sol, ardiendo. Levanté el rostro, una tormenta de llamas venía, todo comenzó a arder y consumirse en un resplandor deslumbrante.

Desperté en un sillón de la sala. Uno gota del techó llegó a mi frente, pero sudaba. Mi cabeza, mi piel, sentía mi cuerpo acalorado. Al levantarme vi el girasol seco, sin hojas, ennegrecido, caído. Me acerqué, pétalos amarillos, vivos, flotaban en el agua, hacían un círculo, en medio estaba yo, parecía un sol. Los pétalos se deshicieron. Y ahí seguía. Yo.

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