Carta desde un rincón del bosque

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Tras vivir dieciséis años en la ciudad de los estragos, del caos y la reinvención, el huracán me arrojó a la ciudad del viento, de la realidad austera, donde los presagios solo son instrucciones para romper con los artificios.

Tras vagar para entender cómo funcionaba su verdad, en sus alrededores conocí, por primera vez, las entrañas del bosque. Por alguna razón, el baile entre las ramas y las hojas, sujetadas a la cima de pinos o abedules, enervaron el centro de mi esperanza, desprendiendo así sueños furtivos.

Encontré mi lugar, el sitio donde comenzar a buscarme y encontrarme. Mientras caminaba y respiraba los aires de calma que emanaban de la vida del bosque, hallé a la diosa de la inspiración y la poesía, o como más íntimamente decidí llamarla: Poli.

Junto a ella y desde algún rincón del bosque, empecé a concebir mi arte, a gestar la poesía como consumación de mi fe y sinceridad. Comencé a coleccionar hojas del otoño, como evidencia de los encuentros entre Poli y mi voluntad, forjando poco a poco mi propia verdad.

Supe entonces que tenía que compartir todos los sentimientos, las sensaciones almacenadas en la extensión de la montaña. Así fue, lo compartí con aquellas personas que significaban algo para mí; me compartí y les mostré una gran parte de mí.

A través de los años, los deseos por marcar aquella tierra tuvieron como destino cubrir algún sendero del bosque con mis caligramas de hojarasca, marcando así el camino que va más allá de los límites de la apropiación.

Ahora, tras veinticuatro años de existencia, te entrego este rincón de bosque para que te ayude a encontrar la cima, donde logres llenarte de gracia al contemplar ese paisaje. Deseando siempre que haya más para ti en el futuro que en el pasado.

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