Clotilde

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Estaba sentada sobre un castillo de paja, desde las alturas observaba las nubes moverse lentamente. De repente, un monólogo que se desarrollaba coherentemente entre preguntas y respuestas me distrajo. 

Las voces hablaban de recuerdos relacionados con una flor. Di la vuelta y ahí estaba; aquellas conversaciones provenían de la señora Clotilde, una viejita solitaria que vivía en el pueblo y a la cual se le acusaba de ser muy supersticiosa. Corrí tras ella.

Muy cerca del último camino blanco de arcilla seca, la encontré recogiendo flores de diente de león. 

¡Perfecto! Ahora mi clavel barbudo —En ese momento, todas las advertencias que me hacía la gente hablaban de un miedo ajeno a este siglo. 

Me acerqué sigilosamente y pregunté:

—¿Clavel barbudo? La señora simplemente me sonrió.

—Exactamente. Para mi espalda.

Clotilde tenía la mirada fija en alguna parte del bosque que se abría frente a nosotras, respiró profundo y por instinto se adentró en él. 

—Busca detrás de esas piedras una planta que se parezca a esta que tengo aquí. Yo iré por allá —Me indicó. 

Aquellas rocas estaban perfiladas de tal manera que parecían haber sido colocadas por las manos de un artesano, no era algo natural y, a decir verdad, podría jurar que se trataba de alguna especie de dolmen semidestruido.

Hice caso de sus órdenes sin titubear, observé frente a mí un inmenso mar de helechos que me llegaba hasta las sienes, nadé entre ellos hasta llegar a la estructura maciza de piedra calcárea. La rodeé y encontré una planta que podría ser la indicada, la arranqué teniendo cuidado de no estropearla. Me dirigí en busca de la ancianita, pero resultó ser ella la que me encontró a mí. 

—Ponlas aquí Al acercarme a su canasto, repleto de yerbas, pude distinguir una que jamás había visto en persona, su color solo confirmaba mis sospechas.

¿Beleño negro? Su respiración era demasiado estruendosa y en un suspiro me dijo: 

—Sí, es la planta de las brujas.

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