Mudanza

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La última de todas las cosas que Rodolfo subió al camión, una mañana de noviembre, fue una maceta vacía.

Al fondo había quedado un sillón de terciopelo que le pareció a Rodo lo más cómodo que había sentido en mucho tiempo; cuando el camión arrancó hacia su destino, a las pocas cuadras él ya había encontrado la mejor posición para afrontar el breve viaje.

Las puertas iban selladas. Una débil luz, que se filtraba entre las rendijas, alumbraba algunos de los múltiples objetos que Rodo había llevado desde el penúltimo piso de un viejo edificio hasta las entrañas de ese camión que ahora parecía casi una casa. Se fijó, por ejemplo, en un tocadiscos. «¿Quién lo va a usar en estos tiempos?», recordó haber pensado cuando bajaba las escaleras y lo llevaba cargando. En la oscuridad del viaje, sin embargo, su recuerdo se fue más atrás, años atrás, cuando aún vivía en su país, al momento en que su abuela soltaba levemente la aguja en los surcos de un vinilo y una voz fantasmal le cantaba al niño que era “all my troubles seemed so far away…”, y aunque no entendía el inglés, le gustaba su sonido. El camión viró entonces con violencia hacia otra calle, quizá más estrecha, pues Rodo sintió que todo se ralentizaba por un previsible tráfico.

Algunas cosas se cayeron. Temió encontrar algo roto a la luz de la llegada, cuando se abrieran las puertas. Tanteó la oscuridad para asegurarse de que todo siguiera entero, y sintió la punzada: un pedazo de vidrio le había cortado la mano. Sin necesidad de ver, supo lo que era: un fragmento del raro espejo en el que se había mirado las canas más recientes cuando el joven que supervisó la mudanza le ordenó bajarlo de la pared. Con su pañuelo intentó cubrir la herida y detener el sangrado, pero el daño estaba hecho. Se sintió extrañamente feliz de dejar por lo menos eso, su sangre, en las huellas de esa mudanza. Llevaba años en el negocio del tránsito de recuerdos, viendo cómo los mismos objetos cambiaban de escenario para mantenerse siempre iguales. ¿Qué cambio iba a tener realmente un viejo tocadiscos, en esta casa o en aquella? ¿Y una maceta vacía, o un raro espejo?

El camión se detuvo. Lo primero que la luz del nuevo domicilio iluminó fue una maceta que lucía más vacía que nunca; lo segundo, un hombre dudoso, con la mano vendada, que miraba su llegada a una tienda de artículos usados y oía cómo le ordenaban vaciar el camión para llenar esa tienda de antigüedades donde no parecía caber ni un alfiler más.

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