Once horas

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Un depresivo recidivante escribió poemas, durante las primeras horas de una noche, sobre la enfermera que conoció, ese mismo día, en la clínica, revelando lo maravilloso que fue conocerla y vivir esas dos horas a su lado.

Este suceso resulta ser el único viaje que hizo fuera de los territorios de la melancolía en años y, quizá, el mejor viaje que tuvo y tendrá.

Pasaron nueve horas desde que se despidieron y la dopamina no se le acababa aún.

A pesar de su inhabilidad literaria, acumuló seis poemas y medio: uno de ellos no podía terminarlo, no sabía cómo hacerlo.

Intentó e intentó, incluso lo recitó varias veces en voz alta, esperando hallar las palabras que su corazón necesitaba.

 

EONES EN HORAS

Tiempo que apremias y arrebatas,
tal vez lástima te di hoy,
hoy que transcurriste lentamente
desde el primer sonido de su voz
de su voz dirigiéndose a mí,
calmando mis olas de miseria,
vistiendo mis sentimientos,
sesgando cualquier incertidumbre.

Tiempo que torturas y exterminas,
loco me creí hasta hoy,

 

Hasta aquí se quedaba el poema. Nada funcionó.

Entonces, se le ocurrió buscarla mediante las redes sociales para ver una foto suya, pues estaba seguro de que eso bastaba para inspirarlo por el resto del día. Rápidamente, la encontró en Facebook y observó su foto de perfil: en ella había dos personas y en la descripción un: «te amo, amor».

Segundos después, su habitación volvió a ser oscura y lúgubre como en el día anterior.

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