Aquellas cartas sobre la mesa me engañan

pexels-cottonbro-7179800-scaled-thegem-blog-default

¿Crees en el destino? Yo he dejado de saber si debo hacerlo.

La chica de rizos largos no se veía como una gitana, aunque hablaba como una. Me dijo que esto era cosa del destino, que mi alma y la tuya ya se conocían de vidas pasadas. Sacó una baraja y dejó unas cuantas cartas sobre la mesa: profesaban que tú y yo no éramos una simple casualidad en esta vida. Estábamos predestinados.

No supe qué creer. Sabía que tú tenías el corazón tan herido como yo, teníamos historia con personas que nos habían hecho pedazos, sabía de tus pesares y tú de los míos. Las cartas me hablaron de esto, dijeron que íbamos a sanar, que ese dolor nos serviría, que se irían los miedos y podríamos estar juntos. Yo no estaba del todo segura.

Me confundía tu mirada siempre honesta, tu sonrisa que hacía juego con la mía y tus manos que me detenían el corazón con cada roce. Las cartas sobre la mesa decían que tú y yo teníamos una conexión única y aquello era la confirmación.

Busqué señales en ti y en el universo. Guardé una corcholata dorada salida de una botella de cerveza que compartimos; me ofreciste tu suéter, aunque sólo fuera por unos minutos; abriste la puerta del auto para mí; siempre aparecías en mi puerta con una sonrisa. Esas eran mis señales.

En mis redes sociales, otras chicas (con las cartas también sobre la mesa) decían que, después de tantas historias malas, la nuestra llegaría por destino divino y sería diferente porque nos querríamos bien. Me hicieron pensar que lo nuestro era verídico.

Jugamos baraja, la conexión seguía y ambos nos resistimos. Las cartas que me faltaban estaban entre tus manos, como si mi destino también lo estuviera. Me cuidaste cuando entre apuestas, sabías que era probable mi derrota sin saber que mi mejor apuesta eras tú.

Jugamos billar un par de veces y entre sonrisas me di cuenta de que sólo me veías como la chiquilla que solía ser. Aquellas señales confusas me impedían cruzar la línea que llevaba hasta tus brazos.

No supe entonces si creerle o no a todas aquellas chicas que se creen gitanas y brujas. No supe si creerle al destino ni qué decir de las cartas que siempre habían sido engañosas, tanto en la mesa como en el mazo. 

Me había llenado la cabeza de ilusiones. Quizá las cartas me habían engañado desde el principio y tú y yo éramos sólo una coincidencia.

5

Dejar un comentario

X