Cartas sobre la mesa

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—¿Sufrió mucho?

La verdad es que nadie estuvo contigo en ese momento. Nadie sabía nada sobre ti, pero sentía que podía decírmelo. No borro de mi recuerdo tus pupilas dilatadas, el abismo en el que me sentí caer: una constante caída libre.

Sonó la alarma. Tenía que apresurarme porque me inculcaron el valor de llegar a tiempo. Soy rebelde, siempre llego cinco minutos después; puntualmente. Al terminar la jornada sabatina, decidimos reunirnos en casa de alguien para relajarnos de una semana horrible. No voy a engañar a nadie: todas las semanas laborales son horribles para el obrero en un mundo capitalista.

Después de algunas horas, canciones pop y envases vacíos, salió a relucir la clase medievalista donde a alguien le habían enseñado a leer las cartas: tarot para dummies con fórmulas básicas donde a más a es igual a b o a cualquier letra del alfabeto que el que pregunta quiera escuchar. 

A veces, quien interpreta las cartas puede decir z pero como a veces suena como s o c, al oyente le viene mejor escuchar x. Nunca he creído en esas cosas: pese a ello, en este abismo del que me creo incapaz de salir, empecé a preguntar lo básico. “¿Aún me ama?” (Con franqueza, la duda dolía). “¿Dijo la verdad?” (Y si fuera así, ¿qué más daba saberlo?). Tantas preguntas cuyas respuestas a veces no importaban más que el hecho de decirlas porque aliviaban; además, el desamor siempre es lacrimoso.

Con tres sorbos de cierta bebida alcohólica me desinhibí y el abismo empezó a ser notorio para todos. Alguien me dijo que podía preguntar una última cosa, y casi escupí:

—¿Sufrió mucho?

Alguien se llevó la mano al pecho mientras volteaba la última de las tres cartas sobre la mesa y comenzó a llorar:

—¡Sí!—, gritó.

—¡¿Pero ahora está bien?!—, grité más alto.

Oí la risita de alguien.

En ese momento no era consciente de que las lágrimas me nublaban la vista hasta que cayeron y lo que vi me dejó perpleja. ¿Gatos?, pensé. Alguien no dejaba de llorar.

—Un tarot de gatos—, afirmé con la voz mientras negaba con la cabeza. 

Nunca me han gustado los gatos.

Terminé lo que había en el vaso que sostuve toda la noche, tomé mi chamarra y salí azotando la puerta. En esta vida no sabré si estás bien, lo que sí sé es que jamás permitiré que alguien te mire a los ojos.

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Comentarios (1)

Me gusto mucho felicidades.

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