El bosque inefable

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Un día un viajero fue exiliado de la ciudad de las nubes al bosque inefable. Las leyendas decían que nadie salía de ahí, ni muerto, ni vivo. Él creía fervientemente que esto eran puras mentiras y lo iba a demostrar.

El bosque inefable. Nada se ocupaba para estar ahí. Nada más que disfrutar la música de los pájaros de carbón y el suave rozar de las hojas blancas. El viajero anotaba en su libreta cada detalle de los árboles que tocaban el cielo para su discurso del siguiente fin de semana. Sí, volvería para decirles a todos lo inofensivo que era estar en un lugar como ese. Estuvo toda la tarde ahí anotando hasta que observó algo extraño. Una capucha verde saltaba de un árbol a otro. 

El viajero debía buscar una salida. No obstante, si era quien creía, valdría la pena quedarse. Así que se alejó del borroso camino para seguir la pequeña esperanza que estaba creciendo en su corazón. 

Llegaron a un espacio abierto. El joven viajero reconoció ese cabello café, esa postura, ese símbolo de pino en la capucha. Lo reconoció y fue a abrazarlo. Justo antes de que llegara, el encapuchado se volteó y agarró con una mano la barbilla del viajero. Lo atrajo hacia sí. Se besaron después de una espera de meses, años, décadas. 

Las hojas caían con los minutos. El viento soplaba a su alrededor. Se sentía la magia del bosque. El beso fue bello, cálido, intenso. Ese beso se sintió hasta el alma de los dos. Se separaron y se acostaron en el césped agarrados de la mano. Ahí estuvieron cantándose historias y apapachándose.

—Las estrellas son tan brillantes ahora que me acompañas, pero… no puedes elegir quedarte a mi lado.

—Feli, las estrellas seguirán su curso sin importar la decisión que tomé —abraza con fuerza a su difunto novio—, solo quiero escucharte cantar un instante más, bailar contigo un poquito más. Tienes idea de quién soy, ¿verdad?

—Sé que te amé… pero ¿qué haces aquí?

—Ambos morimos aquella noche en las cabañas. Dormidos, separados, sé que fue así. El fuego fue el punto final que no me permitió despedirme. Por eso no te dejé de buscar ni una sola noche ¿Y si salimos de este bosque juntos?   

—Pero… no creo que eso sea posible.

—Habrá que intentarlo.

Los dos dibujos estaban unidos. En ese punto ya no quedaba rastro alguno de su exterior. El bosque era un boceto borroneado y quemado por el fuego de una vela. Inefable para los vivos, apenas perceptible para los muertos. Ahí van los proyectos rechazados y eventualmente se esfuman. Desde aquel día de limpieza nadie volvió a ver al viajero en la ciudad de las nubes.

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