La profundidad del bosque

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Me llevó al lugar en donde todo había comenzado. El sol tenía poco de haber desaparecido tras el horizonte, la tierra estaba cubierta por las hojas otoñales, las ramas desnudas de los árboles proyectaban curiosas sombras sobre nosotros. Apretó mi mano y me guió por un camino de piedra en medio de la oscuridad; la luna era el único faro de luz. Caminamos hasta llegar a un claro dentro del bosque, a una pequeña cabaña plantada como un espejismo. Una brisa ligera llenaba mis pulmones, el frío de la noche y la incertidumbre de lo que se acercaba hacía que se erizara mi piel.

Lentamente, abrió la puerta. Nos adentramos en una nueva penumbra. Me quedé inmóvil mientras él se dedicaba a encender una lámpara de gas. Después se dirigió a la chimenea. Con la luz tenue, pude observar nuevamente el lugar. Era solo una habitación; en medio de ésta se encontraba una cama que invitaba a recostarse en ella. 

Se acercó a mí, acarició mi rostro con sus manos de mármol, las llevó a mis hombros y las siguió bajando hasta llegar a mi cintura, apretándome suavemente. Sus labios se encontraron con los míos; la electricidad surgida de ese beso fue paralizante. Mi cuerpo no sabía cómo reaccionar, apenas podía mantenerme de pie. Me levantó del suelo. Me sentía como una princesa de cuento de hadas, aunque definitivamente no me acercaba a un vivieron felices para siempre.

Me recostó en la cama. Se acomodó a mi lado, recargándose sobre su antebrazo para poder inclinarse y observarme mejor. «La hora ha llegado», dijo con su voz intoxicante. Respiré profundo por última vez. Volvió a pasar su mano por mis mejillas, hacia mi cuello, hasta delinear delicadamente mi clavícula. Mi corazón empezó a acelerarse mientras sus labios se acercaban cada vez más y más. Sus colmillos rozaron mi piel, en cuestión de segundos la atravesaron, un dolor agudo me estremeció, un dolor que se sentía mortal. Por un momento me invadió el terror. «Nunca más serás débil», entonces mordió su propia muñeca y succionó el líquido que recorría sus venas. Con un beso final selló mi destino. Empezaba una nueva era; no podría decir que una nueva vida, ciertamente no podría llamarla así.

Tuve un atisbo de arrepentimiento, de miedo; sabía que no había vuelta atrás. Un estupor profundo se apoderaba de mí. Cerré los ojos dejándome llevar por las sensaciones que recorrían mi cuerpo. Sabía que la próxima vez que los abriera vería un mundo diferente, y que ese mundo ahora estaría a mis pies.

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