Los secretos del bosque

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Una vez vi un bosque, oculto por una pesada y eterna neblina. Víctima de la curiosidad, me adentré en sus parajes, siguiendo un río de jade hasta las cascadas del Carvátroz. Quedé maravillado con las enredaderas de devoradientes, con las rocas de ignis que menguaban el frío; a mis pies se hallaban cientos de madrigueras y entre los árboles pude contemplar criaturas extraordinarias. Recuerdo bien al Galipardo, con tres pares de cornamentas impostadas en su cabeza de lobo, con dos patas de águila, torso casi humano y alas en vez de brazos. Se acercó a mí con la amabilidad de un viejo amigo, me dio la bienvenida a su santuario y me contó acerca de su hogar.

Según me dijo, al principio de los tiempos no había más que tierra muerta y penumbras. De los confines del mundo emergió un huevo hecho de luz pura y de él nació la Rinospiente; una víbora de casi diez metros de largo y con el grueso de un roble. Se arrastró por los continentes y esparciendo su simiente dio vida a místicos paisajes. Hoy, duerme tranquila en la montaña más alta del bosque, esperando: estuvo allí cuando el primer retoño quebró el suelo y allí estará cuando la última hoja caiga. El bosque albergaba también a los Celestiales, quimeras que se recluyeron en los cielos, dotadas de hermosas alas, invisibles para el ojo humano, seres inofensivos y nobles. Pero la naturaleza es ambivalente, donde hay luz encuentras sombras y, en ellas, a los Inferiores: hábiles cazadores de potentes garras, ciegos, pero con un olfato infalible; la noche era su dominio.

Mas aquello no era lo peor: oculto en las entrañas de la tierra, en una desolada gruta, yace una criatura de perdición. “Teme por tu vida si algún día lo encuentras, no digas su nombre ni te acerques a su cueva. Si un día despierta, traerá consigo peste y muerte sobre este mundo y los siguientes. Haz de hacer bien temiéndole al Ryhalk’han”. Alzando el vuelo, fueron éstas las últimas palabras del Galipardo.

Hui lo más rápido que pude de ese bosque maldito. La oscuridad se cernía sobre la arboleda y más que por miedo a los Inferiores, salí huyendo de ahí tras encontrarme con lo que parecía ser la guarida de la bestia innombrable. Quizá mis sentidos me engañaron o fue pura paranoia. Sin embargo, juraría que en esas cavernas logré escuchar su pesada respiración, como si susurrara mi nombre.

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