Reencuentro

forest-2052832_1280-thegem-blog-default

En ocasiones se dice que todo está predestinado, que hay un guión ya escrito acerca de los pasos que daremos.

Pero si pensamos en la magia, en las coincidencias y en los hilos rojos, no sonaría descabellado creer que, en ocasiones, aquello que es menos probable que ocurra, efectivamente nos suceda. Tomamos en la vida tantas decisiones, algunas irrelevantes, sin percatarnos de que algunas vienen a darle un giro a nuestra vida.

Una decisión colocó mi camino en el bosque, un bosque que, gracias al trabajo de mi madre, no me era desconocido. La sierra fue un destino frecuente durante mi infancia; mis hermanos y yo acudíamos a un lugar al que mucha gente solía repeler, sobre todo, porque involucraba un clima extremo.  

La vida, las decisiones y el destino me trajeron nuevamente al bosque que me era familiar. El motivo: mi trabajo. De manera que fui asignada a la misma localidad donde había pasado tiempos felices. 

Desde siempre, la carretera fue un sinónimo de paz: el silencio acogedor de las mañanas y la neblina disipando temores, se convirtieron día a día en los compañeros de viaje idóneos.

Con los trayectos recorridos, el paso del tiempo se hacía notar. Al dar inicio al ciclo escolar, la vegetación traía consigo botones amarillos y rosas tapizando las vistas; riachuelos y cascadas por doquier; un verdor inmenso que se perdía en las lejanías para dar paso, meses después, a unos pinos que goteaban no solo por la lluvia, sino por el hielo que adornaba sus ramas y que se acompañaba de neblina. En ocasiones, el hielo era parte del panorama y una brisa blanca era el signo de un amanecer congelado.

Con la llegada de la primavera mis esperanzas se mantenían: quizá el clima mejore, pensaba a veces. Pero, los viajes diarios me enseñaron que no es así,  el invierno no tiene fecha de caducidad cuando trabajas a metros de distancia de la sierra y puedes sentirte arropada por los pinos que se asoman en la ventana.

Aunque el frío en ocasiones era extremo, nunca me disgustó por completo. El mismo clima que me hacía caminar con la nariz roja para llegar al trabajo, sería también el culpable de traerme hacia un destino insospechado.

Fue así como, en uno de los meses donde el frío más arreciaba, lo encontré. Ambos utilizábamos el mismo transporte para llegar al bosque donde se localizaban nuestros trabajos. Por primera vez en mucho tiempo, el clima era cálido. Meses después los bosques se convertirían en los testigos de una historia llena de anhelos, charlas, apoyo y kilómetros en carretera.

1

Dejar un comentario

X