Su rostro

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Llegó el día en que me sentí acorralado en la búsqueda constante de un nuevo amor, o en el ilusorio escenario de reencontrarme con uno viejo. Mientras salía en la televisión el anuncio de la hechicera, tomé mi celular y con nervios fui marcando cada número anunciado en la pantalla. No podía recordar la última vez que sentí tantos nervios, pero no había otra opción, la lectura de cartas es el recurso de los desesperados. Y justo ahí me encontraba yo, buscando respuestas. Al escuchar el primer tono de marcado me arrepentí y colgué. No creo en las cartas, o en la superstición que rodea a la astrología y a la magia que nos venden por catálogo. No obstante, por alguna razón estaba ahí, apachurrado en el sillón de la sala, esperando que una señora que no me conocía de nada me respondiera con certeza acerca del futuro de mi vida amorosa.

Fue en ese momento en el que me pregunté seriamente, ¿qué respuesta espero escuchar?, ¿acaso yo mismo sé lo que espero del amor en el futuro? No lo creo, por eso busco con desesperación todos los días una pista, una que me guíe al hermoso rostro de la chica de mis sueños. Últimamente he estado soñando con ella: tenemos citas, platicamos de todo lo que nos apasiona en el mundo, incluso hemos bailado descalzos en el pasto bajo la luz de las estrellas en una noche en la que parecía no haber luna. Pero cada vez al despertar me es imposible recordar su rostro aunque, si me lo preguntaran, sería capaz de describir el toque de nuestras manos, o podría narrar cómo me siento estando con ella, la sensación de calor interior, distinto a todo lo que había sentido hasta ahora: mi pecho parece estar lleno de fuegos artificiales cuando ella descansa su delicado rostro sobre él, sus mejillas frías realizando el proceso de regulación termodinámica al calentarse con el contacto de mi piel. Esa sensación casi mágica es lo único que me permite creer que encontrarla es posible.

Aun sin pista alguna de su paradero, o siquiera de su identidad, busco entre las sombras, entre los murmullos diarios. Incluso sin hundirme en la desesperanza acepto recurrir a cualquier artilugio que pueda usar para llegar a ella, aunque en este momento creo saber dónde encontrarla: lo único que debo hacer es recostarme y cerrar los ojos, ahí la esperaré hasta que llegue, la dibujaré, le tomaré fotos, procuraré no olvidar su rostro esta vez.

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