
Una vez vi en un bosque tu silueta matinal,
era tal tu esplendor que opacaba la luminosidad del sol veraniego.
Te seguí, sin prestar atención a lo que mis sentidos querían mostrarme,
no observé el cielo que se vestía
con delicadas nubes blanquecinas.
No sentí la suavidad del rocío
que me abría camino entre pétalos de flores.
No olfateé el perfume amaderado de los abedules
y el fresco aroma de los pinos.
Tampoco sentí el viento acariciando mi piel,
invitándome a danzar al ritmo de las hojas.
Te seguí, y a un momento de alcanzarte
te esfumaste,
quedé sujeta a tu recuerdo
sin saber cómo volver.
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