Corazones

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Nos encontrábamos en un recinto frío y húmedo. Parecía que recolectaron a las once personas que estábamos presentes con una sola característica en común: ya nada nos importaba.

Nos habían dado una carta para cada uno. No podíamos verla ni exponerla a los demás, a excepción de la persona que estaba detrás de la ventana. Parecía que nadie sabía nada.

Nos colocaron en círculo. Teníamos prohibido interactuar entre nosotros, tarea que no me fue difícil. Después de un rato, apagaron las luces. Aparentemente no pasaba nada hasta el momento en que volvió la iluminación, pues el cuerpo marcado con diez corazones había aparecido en todo su esplendor. El cadáver tenía la boca cosida con rastros de sangre en algunas puntadas. Los ojos se encontraban irritados y sin brillo como si hubieran sido obligados a nunca parpadear. Además de los corazones, el cuerpo tenía múltiples cortadas frescas en las que aún brotaba un poco de sangre y el enrojecimiento alrededor del cuello delataba la manera en que fue asesinado.

Desconcertados, nos dijeron que iba a ser el mismo destino para todos de acuerdo con el palo de corazones. Nos tenían preparada una sorpresa más: había una carta diferente, era el comodín, y la persona que la poseyera podía elegir entre su manera de morir o unirse a la secta. La desesperación no tardó en aparecer al igual que las lágrimas y súplicas. Se escuchaban rezos y lamentos; sólo una chica y yo contemplábamos el escenario en silencio.

Cumplieron su palabra, cada vez aparecía un nuevo cuerpo marcado con corazones hasta que sólo quedamos la chica y yo. Quería mostrarse tranquila, pero sus dedos temblorosos la delataban. Cuando se cruzaron nuestras miradas, le di el pésame con la mía, pues, para nuestra desgracia, mi carta era el comodín.

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