Crónica de un corazón roto

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Ahí estaba yo, sentado a la orilla de la playa, tratando de que la brisa se llevara mis penas y que el mar lavara mi dolor. Ella emergió cerca de la orilla, me miró, escudriñó en mi corazón y al instante supe que sabía cuánto había sufrido.

—Ven conmigo —dijo—, de donde vengo no hay dolor ni llanto, no hay amor ni sentimientos, sólo azul, profundidad y silencio. —Extendió su mano hacia mí, la miré. Era eso lo que yo quería, dejar de sufrir, porque el recuerdo de aquel amor, fresco en mi memoria, aun dolía.

—¿Seré como tú?—, pregunté, aunque si vivía o moría daba lo mismo, y con el arrullo de las olas, morir ahogado parecía la más dulce de las muertes. Ella sonrió, como adivinando mis pensamientos.

—Serás como yo, quien tú quieras sufrirá, quien tú quieras saltará a las aguas por ti, sólo debes tomar tu corazón y enterrarlo en la arena—, sentenció. 

—¿Mi corazón?—, pregunté alarmado. Eso sonaba doloroso, pero, ¿acaso más de lo que ya me dolía? Dudé, pero al final entendí que debía abandonar quien era, no podía arrastrar mi débil humanidad a donde ella me invitaba. 

—Es un precio razonable, paz eterna a cambio de tu mortalidad—, dijo ella dulcemente para disipar mis dudas. Y comenzó a cantar una melodía que decía así:

Toma mi mano, sígueme a la arena más blanca dentro del mar, deja atrás tus penas, en las profundidades podrás descansar.

Yo no pude resistir su llamado, y adentrándome en las azules aguas de la mano de la sirena, me sumergí con ella en el hermoso mundo de las profundidades.

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