El amor en época de otoño

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Hubiera preferido, mil veces, haber leído su carta antes de la tragedia. Era mi amada, aquella a la que le entregué mi ser sin esperar nada a cambio. Su muerte me sigue atormentando, después de tanto tiempo. Ella era así: un torrente de cosas impredecibles, alocadas, mágicas, que cualquiera se habría dado cuenta de su enfermedad ya que, inevitablemente, empezó a apagarse poco a poco. Trataba de animarla, pero lo único que lograba es que me pidiera, llorando, que la olvidara. Ojalá le hubiera hecho caso, mi desdicha sería menor y mi único deseo sería seguir con vida, en lugar de pensar todos los días en llegar a su lado y poder pedirle a la muerte que ponga las cartas sobre la mesa y que me explique por qué se llevó a una mujer tan especial. 

La conocí un 25 de septiembre, estaba sentado en la plaza principal de la ciudad, hojas color café caían de los árboles, el viento meciendo sus ramas, creaban una hermosa melodía; llegó corriendo, buscando a alguien, la observé confundido, mis ojos encontraron los suyos, esos hermosos ojos de oro. Me acerqué a ella, me sonrió y se dio la vuelta, mis manos dudaron y no alcanzaron a detenerla. Desde entonces quedé encantado, me la pasé buscándole, escribiéndole poemas y canciones. Al encontrarle, prometí que jamás la dejaría ir, aunque eso me costase la muerte, y no lo cumplí. Fuimos dos amantes que se correspondían con mente y cuerpo aquel amor que se convirtió en mi perdición. Te odio tanto, porque te amé en exceso y, cuando lo noté, era demasiado tarde, te habías apoderado de cada parte de mí. De las cartas que barajeé en este juego, al ponerlas sobre la mesa, ninguna estaba a mi favor.

Tal vez esté en el paraíso o en el infierno, pero sé que algún día nos volveremos a encontrar y tomaré sus manos y miraré tan hermosa extensión que dejaría a todos con la boca abierta. Le pediré explicaciones, le ordenaré poner las cartas sobre la mesa por más que se resista. Me debe un corazón, una vida entera, me debe su compañía, me debe más que eso, porque por ella me volví un amante solitario. Por ella hubiera dejado de ser lo que alguna vez la agobió: el amor de su vida. Hubiera dejado de ser la carta que hizo que el juego se reiniciara; la carta que dotó de un pasajero sentido a ambas vidas. La carta que hizo una jugada sucia: dando tanta vida como muerte. Una carta como un doctor y un sepulturero bien pagados.

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Comentarios (1)

Creo que falta coherencia, sin contar los errores de sintaxis…

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