Entre las hojas

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Querido E.,

hoy, sin querer, volví a abrir la libreta café que me regalaste aquel día. Sigo sin atreverme a escribir en ella porque pienso que está poseída por un ente maquiavélico que espera grandes palabras de mí, altas cavilaciones o epigramas con formulaciones complejas y, sobre todo, esbozos de una yo que no ha querido volver a visitarme. Hojeando sus páginas vírgenes, encontré entre ellas un objeto que me regresó al día del obsequio, específicamente a un momento que había empezado a olvidar: el de la magia.

Oculta entre las hojas encontré la carta de baraja con la que nos hicieron algunos trucos aquel día. Es la jota y está rayada de arriba a abajo con plumín negro, ya no recuerdo porqué. Viéndola me transporté a esa tarde de conversación en el pub, una de las últimas en que salimos, donde me hablaste de tus romances y de la mujer para quien oficialmente habías comprado la libreta. Mientras charlábamos, se acercó un muchacho que lucía bastante joven y curioso, seguía pareciendo un niño y usaba un traje de mago profesional. Nos sacó de onda. Recuerdo que llegó con toda la confianza y se ofreció a enseñarnos trucos espectaculares. Yo estaba rejega, tú aceptaste sin pensarlo. Preocupados por si nos pediría dinero o no —y cuánto— al terminar su acto, rápido quedamos inmersos en el suceso tan inusual. No se lo platiqué a nadie, quizá por eso olvidé gran parte de su demostración, pero bien recuerdo que salió gratis y que para uno de los trucos utilizó la carta. Seguramente nos la dio escoger para su adivinación, pero no tengo idea de por qué terminó rayada, ¿tú? ¿Será que fueron dos y conservas aún la otra? Escríbeme por favor, hagamos memoria de aquel día.

Con afecto, A.

 

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