Fortuna gitana

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Había escuchado varias historias sobre la fortuna designada a cada uno; sin embargo, nunca las creí. A pesar de ello, aquella tarde fui arrastrada para escuchar lo que estaba escrito en mi destino. La curiosidad y la desesperanza eran tan grandes que quería escuchar algo para disminuir mi dolor.

Cuando la señora abrió la puerta, un olor a lavanda emanaba del interior. Me pidió sentarme en el comedor y puso las cartas frente a mí, luego me pidió dividirlas en cuatro y acomodarlas en cruz. Lo hice torpemente, estaba muy nerviosa, había ido a escuchar lo que tantas veces concebí como patrañas.

«Pronto harás un viaje», comentó. Siguió observando y agregó: «el amor regresará a tu vida, no sabría decirte con exactitud cuándo, pero lo hará pronto».

Aquella tarde me pronosticó un viaje, un matrimonio, una criatura y el regreso del hombre que tanto amaba.

Hoy desperté temprano, los nervios por mi nuevo empleo impidieron que siguiera dormida. Tuve tiempo de sobra para comprar un café y una rebanada del pastel de zanahoria que tanto disfruto. Cuando salí de la cafetería saqué los guantes, la mañana era fría y yo comenzaba a temblar, sin darme cuenta tiré el libro que llevaba en la bolsa.

«¡Hey, corazón!», escuché suavemente detrás de mí, «se te ha caído esto». Cuando me giré vi a una señora muy guapa, tenía acento español y vestía prendas coloridas. Me extendió el libro, mientras yo desviaba mi atención hacia la pila de cartas sobre la mesa pequeña que estaba a su lado.

Se dio cuenta de que las observaba, entonces sonrió y me dijo «ha sido un regalo de mi madre, parte de mi herencia gitana». También sonreí: «¿Le han heredado unas cartas?», le pregunté. «No corazón, leer el destino», respondió. Mientras guardaba mi libro me preguntó: «¿Te apetecería que te cuente sobre tu destino?».

No pude evitar reírme, tres años después, lo único que se cumplió fue el regreso de aquel hombre, justo lo que menos deseaba. «Perdone, no creo en ello». A lo que respondió: «Pero no has venido conmigo, mi alma, esta gitana nunca miente».

Le agradecí, pero rechacé su oferta. Ella insistió, me tomó de la mano y dijo con ternura «es mejor el fin de algunas historias para que la verdadera fortuna pueda llegar, mira que te lo digo yo». Me dio un abrazo, luego di media vuelta y me alejé, sin darme cuenta de en qué momento introdujo en el libro el diez de pentáculos.

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