Julián

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Cuando yo era niña pensaba que todas las familias tenían un Julián. Un día, mi padre muy serio me dijo: «hija, Julián es especial, es único, hay que cuidarlo». Desde ese día, sus grandes ojos celestes, ligeramente pálidos, se me hicieron todavía más enternecedores. Mis padres casi no salían de casa, Julián no podía estar solo, eso también me lo habían explicado, así que cuando me metía en problemas en la escuela ellos se turnaban para asistir.

 

Con el tiempo identifiqué sus cambios de humor: cuando se encontraba feliz parecía respirar de manera sonora, cuando estaba triste se escuchaba un sollozo quedito y luego silencio. Lo peor era verlo molesto, se golpeaba contra las paredes hasta sangrar. Mi madre era quien mejor lo conocía. Pasaron los años y yo me fui a estudiar la universidad. No me siento culpable al decir, que hasta cierto punto me sentí aliviada, mis padres nunca me visitaron, ya sabía que no podían abandonar nuestro hogar.

 

Un día recibí una llamada, ambos con la voz entrecortada me imploraron que regresara. Tomé el primer avión que encontré. Llegué una mañana fría de invierno con mucha neblina. Se hallaban en su lecho de muerte, me confesaron que habían sufrido un accidente en la casa, les pedí detalles, pero ellos optaron por el mutismo. «Para qué agobiarte más hija, no es necesario». «Discúlpanos, no pensamos que este día llegaría». Me percaté de sus siluetas esqueléticas y consumidas, como si solo fueran los cascarones de los padres que conocí.

 

Antes de morir ambos me hicieron prometer que cuidaría a Julián. No pude negarme. Al principio fue sencillo, ambos conocíamos nuestras rutinas, pero con el tiempo envejecí, era inevitable, cada día me puedo mover menos, y cada día esta casa enorme que me heredaron me parece más intransitable. Apenas levanto la mirada, Julián, hambriento casi babeando me observa muy molesto desde la puerta con sus grandes ojos azules como si apenas ayer los hubiera abierto por primera vez; se golpea la cabeza, no lo puedo detener. Yo tengo miedo, porque estoy tan sola, tan vieja, tan aislada, y no tengo a nadie a quien confiar a Julián.

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