Metamorfosis

Lo más cerca que me he sentido de ser un animal es en el agua. Es como si con poco oxígeno, mi cuerpo se convirtiera en otro y me diera la posibilidad de desarrollar repentinamente escamas o aletas o una textura de arrecife. Cuando veía la Sirenita lo que más gustaba era la parte en que se transformaba en humana: de una cola de pez a un par de piernas. A lo mejor porque los libros de biología muestran frágiles los miembros humanos. Imaginar neurotransmisores, neuronas e intestinos descargando impulsos eléctricos a través de la materia que es uno produce un malestar agradable. Si notáramos de qué estamos hechos podríamos dejar de sentirnos una víscera palpitante. Una vez, me caí a una pileta hondísima. Esa porción de ahogo fue suficiente para comprender que lejos del temor los estados líquidos nos adoptan con tranquilidad. Dejé de mover las manos por el mareo y la falta de aire. Tenía dolor pero también una necesidad de respirar en algo que no era: un ente bronquial, un anfibio. Ese recuerdo, me llega ahora cada vez que la hora de natación se aproxima. En los balnearios, debajo de las regaderas, nunca sabremos si nuestras manos arrugadas son el principio de una metamorfosis.

0

Dejar un comentario

X