Mujer habitada

pexels-roman-ska-7096339-scaled-thegem-blog-default

Somos seres habitados. Por el otro; por los otros.

Afirmamos de manera equívoca que somos uno, “yo soy así”. Como si fuéramos esencia de nacimiento. Quizá lo somos, pero solo en parte, la cuestión es que esta parte se modifica por la experiencia. Sobre todo, la experiencia en relación a los seres que nos rodean. Piensas que eres, de origen y sin remedio, orgulloso; un día recuerdas cómo tu padre se adelantaba a responder por ti que estabas bien y que “no, muchas gracias” cada que te ofrecían algo en la infancia. ¿Por cuántos otros no estaremos habitados? Los terapeutas nos dicen que debemos “cerrar ciclos”, dejar el pasado atrás. Eso es imposible, “somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”, dijo Sartre.

En el video musical de Second Hand Lovers, de Oren Lavie, a un chico lo esperan y acompañan en casa los fantasmas de todos sus amores pasados. Su amor presente poco a poco va compenetrando ese grupo, hasta que se convierte en un fantasma más. Atinado, como cuando Italo Calvino escribió que “cada encuentro de dos seres en el mundo es un desgarrarse”.

Mi ser se ha varado en encuentros prohibidos, secretos, que me supieron a pureza y bondad; en intentos de hogares socialmente aceptados que en realidad encubrían un micro infierno; bajo la sombra de hombres que creyeron aplastar a una polilla pero terminaron dando alas a un ave de presa; en algunos sitios de paso; en sitios a los que uno no sabe cómo y hasta dónde llegó, pero tampoco tiene deseo alguno de encontrarles salida. Todo inicio tiene un fin. “¿Por qué durar es mejor que arder?”, se preguntó Barthes en su discurso amoroso, él retomando a Schelling y ahora yo retomando su pregunta.

Y de todos esos sitios habitados me he llevado al cohabitante, o parte de éste. Imágenes y hasta escenas completas de momentos compartidos, costumbres, buenos y malos consejos, palabras de amor y consuelo a las que uno todavía puede recurrir, espinas y palabras del amor agriado y convertido en odio que a veces nos estremecen o nos hacen llorar antes de dormir. En realidad esa es mi esencia, vampírica transmutación en cada encuentro: robarme un trozo de alma con o sin intención para atesorar o para recordar a dónde no volver.

Cuántas veces no habremos compartido palomitas con el fantasma de quien vio esa película con nosotros la primera vez. Cuántos vivimos durmiendo, comiendo, cocinando, limpiando en compañía y a la manera de los fantasmas que guardamos.

16

Comentarios (1)

Felicidades, es un deleite leer tu obra, simplemente genial, gracias por compartir.

Dejar un comentario

X