Cadáver

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La tierra intenta ocultar los horrores inenarrables que yacen en lo profundo de este lastimero y corrompido mundo. Fuimos hechos de lodo y en lodo hemos de convertirnos. Criaturas mugrientas que se arrastran de nuevo a la oscuridad, en donde serán devoradas por bestias no menos repulsivas, para iniciar una vez más su viaje en las entrañas de algún cuerpo y ser expulsados como desecho.

Esa infeliz lo merecía más que cualquiera de los míseros con los que he tenido el infortunio de cruzar mi camino. Después de todo, no puede ser tan diferente de la forma de vida que ella había escogido. Rodeada de sucias ratas que únicamente querían alimentarse a costa de su cuerpo; con gusanos brotándole de entre los labios; los ojos nublados; la garganta sucia; con un gesto que costaba mirar.

Me resulta difícil de comprender por qué, a pesar de tener toda esa tierra oprimiendo sus huesos, evitando que dé el más mínimo suspiro, su impura presencia se siente cada día más viva. Puedo escuchar el peso de sus pies apoyándose en la madera, el rechinar envuelve mis oídos de lado a lado como si ambas orejas se posaran sobre la duela.

Las sombras se apoderan de las paredes, se asoman en mi rostro. El silencio se enferma de chillidos en lenguas antiguas que me son imposibles de comprender, pero que son capaces de narrarme la enmohecida imagen de la muerte misma. Muerte que viene acompañada de una pestilencia insoportable; un olor nauseabundo de mil generaciones me persigue y se encaja en los poros de mi piel.

Corro y lanzo una mirada a la tierra que permanece muda ante mí; no me otorga alivio alguno; presiento una complicidad sospechosa entre su silencio y mis tormentos cotidianos. Palidezco y mis fuerzas se agotan con el paso de los días, la locura y sus delirios devoran como pequeñas larvas viscosas mi cerebro. Percibo cómo casi han acabado con mi mente, dejando para el final el recuerdo de mis manos chorreantes de sangre fresca goteando sobre su inmóvil y desdichado cuerpo.

Mi alma sucumbe ante esta anormalidad pavorosa, un hedor dañino ha llenado mis pulmones y asfixia mi respiración, la desvanece. Delante de mis ojos se levanta una densa neblina. El frío en mis huesos viene desde dentro. Mi piel se ha tornado gris e insensible. Mi boca exhala un olor pútrido y enfermo en el que puedo saborear la tierra que un día me brindó la esperanza de eximirme de todas mis angustias. Ahora sé que, a quien asesiné aquel día, fue a mí.

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Comentarios (1)

Sublime, agudo, denso, reflexivo. Me encantó.

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