Desvergonzado

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Popularmente se cree que algunos monstruos suelen habitar entre las tinieblas o en cualquier otro lugar lejano de la vida en sociedad y que, por alguna razón desconocida, tienen el propósito de destruir a quien se les cruce, suscitando un miedo irracional. Sin embargo, por experiencia propia, puedo decir que están más cerca de lo que nos imaginamos y que “la destrucción” que dejan a su paso viene acompañada de enseñanzas que posibilitan un crecimiento.

Este monstruo no solo tenía el poder de transformar radicalmente el temple de las personas, sino también el de enmudecerlas al grado de llevarlas a una parálisis (a veces física, otras mental). Me percaté de su existencia en los ojos inundados de mi madre, mientras recordaba, junto con sus hermanos, cómo la gente se mofaba de la condición de su padre, quien no podía dejar el alcohol. Después lo encontré en la mirada fulminante y el rostro enardecido de mi padre, cuando alguien se burló de su hermano mayor, quien nació en un parto con fórceps, por su “manera chistosa” de caminar y hablar. Posteriormente lo vi en el espejo, tras regresar de la escuela y haber descubierto que para retratarme a mí mismo no podía usar el color “carne” sino el café. 

El monstruo de la vergüenza ha sido una traba para mi familia (seguramente para la de muchas personas), pues incomoda, reprime, obliga a agachar la cabeza y de alguna forma te convierte en una clase de espectáculo. Avergonzarse de uno mismo es resultado de asumir como verdaderos los juicios de quienes nos rodean, aunque no tengan la más mínima idea de nuestro origen, de nuestras circunstancias, de nuestras condiciones, de nuestras experiencias. 

La cuestión, en mi opinión, no radica en cómo deshacerse de los monstruos, ya que tienen la capacidad de adoptar inenarrables formas, sino en aceptar su presencia en el día a día, reconocer sus estragos. Y, si se es valiente, seguir su rastro hasta encontrárnoslos, a fin de confrontarlos, descubrirlos y percatarse de que el miedo a ellos, al menos en el caso del monstruo de la vergüenza, se fundamenta en el desconocimiento de uno mismo y que su remedio, ignoro si es el único, se encuentra en formar, consciente e independientemente, un criterio de nosotros mismos a partir del aprendizaje que yace en las todas las experiencias. 

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