Está aquí, conmigo

boards-2040575_1920-thegem-blog-default

Existe un monstruo, que te infunde tanto miedo que no te permite realizar tu vida con normalidad: no tiene grandes dientes, no tiene un olor desagradable, ni un pellejo horrible, tampoco posee pelaje o es grande. En realidad es bastante pequeño, creo yo, pero lo que me hace sentir es inmenso. Lo sé, no lo he visto y suena extraño, pero sí lo he sentido, y me hace querer huir, llorar, mis músculos se tensan y empiezo a temblar cuando lo percibo. No conozco su aspecto, pero él se puede manifestar en mi cuerpo y no me gusta sentirlo tan cerca.

Está aquí, conmigo. Aunque para ser sincera no me agrada mucho, trato de aprender a vivir con este pequeño gran monstruo que me acompaña. Él hace que mis piernas tiemblen, mi pecho se oprima, mi respiración se acelere, hace que me muerda las uñas y se me caiga el cabello. ¡Qué fastidio!

No sabía que existía este monstruo en mi interior, hasta que un día me cuestionaron por qué movía tanto mis piernas mientras estaba sentada. La respuesta no la supe, pues desde muy chica lo he hecho de forma espontánea, no lo pienso, solo sale de lo más profundo de mi ser. No me pareció alarmante hasta que un día sentí tanto miedo a lo que pudiera pasar con mi vida en el futuro y lo único que hice fue eso, mover mis piernas, quedarme sentada y sentir como me faltaba el aire. Cualquiera pensaría que la forma adecuada de actuar sería relajarme, el problema es que no sabía cómo hacerlo pues sólo sabía que tenía miedo a que mi corazón se detuviera: era mi monstruo queriendo salir y hacerme huir de mi muerte aunque estuviera en un lugar donde mi vida no corría peligro. Mi monstruo es inoportuno porque justo cuando tengo más actividades se manifiesta para salir, aunque siempre está en mí, dormido.

Mi monstruo aparece en el día, en la noche, no distingue horarios ni lugares. Si pienso mucho en él, busca salir. Así que busco distraerme para que se mantenga solo en mi mente y no se materialice en el exterior. Mi monstruo es cotidiano, pero lo acepto, lo abrazo y le hablo, reconozco su existencia sin que ello obstaculice mi forma de vivir: él puede estar en mi mente, pero no en mi vida.

Hoy, ya no me asusta, pues ya sé cómo enfrentarlo, soy consciente de su existencia y me mantengo valiente. Ahora lo llamo por su nombre: ansiedad, y su jaula es mi salud mental.

2

Dejar un comentario

X