¿Están ahí?

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Crecí sin compañía próxima, es decir sin hermanos, primos u otros niños de mi edad dentro de mi familia. En mi infancia las únicas pantallas portátiles que comenzaban a existir eran las cámaras digitales, objeto que no valía para el entretenimiento. Mis primeros años se engloban dentro de un rollo de recuerdos completamente análogos.

Mis juegos consistían en inventar historias y guiones, buscar hadas o a la bruja malvada que pensaba podría existir en el rincón del jardín de la casa familiar en la que pasábamos los fines de semana. Hablaba con ellos, desencadenaba cuentos en los que era la única actriz para múltiples personajes; siempre con esperanza de que traspasaran mi imaginación.

Harry Potter llegó cuando tenía apenas 6 años y, con la saga, otro mundo paralelo donde añoraba crecer. A los 13 años pensé que iba a recibir mi carta de admisión a Hogwarts, para así poder burlarme de los Muggles que me rodeaban. Demasiado pretencioso de mi parte tener ese deseo casi místico; pero era la única puerta que me quedaba para huir de una realidad adolescente que detestaba. ¿A quién no le emociona (aunque sea en secreto) vivir con la idea de que otros seres y otras formas nos acompañan en paralelo?

Desde entonces viví buscando presenciar algo verdaderamente mágico en la vida, un deseo que en la adultez se puede traducir a buscar naves espaciales en el cielo, un contacto con el más allá, recurrir a prácticas de adivinación como el tarot o maravillarse con trucos de magia hechos por un mago que va de mesa en mesa en un restaurante. Los canales de televisión de paga lo saben, y por eso dedican tardes enteras a transmitir y retransmitir programas con doblajes patéticos que hablan sobre Ovnis o creaturas escondidas en lagos escoceses y bosques canadienses.

Aunque podríamos decir que son una cuestión de fe, lo que sí tenemos en común con las creaturas mágicas es la supervivencia gracias al lenguaje. También ellas han evolucionado, actualmente se reconfiguran en pantallas que llevan la imaginación a la tierra lejana donde habita el vacío de las redes sociales. Escenografías virtuales llenas de personajes conocidos en facetas desconocidas, pantanos de intolerancia y el bosque donde, entre sus árboles, se aloja la razón personal del propietario de cada perfil.

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