Fragmentos de ciudad

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La Ciudad de México es un monstruo. Tal vez todas las ciudades lo sean, pues nacen de sueños y utopías que, al encontrar formas materiales muy diversas para existir, terminan por frustrar los ideales originarios. Cuerpos de agua y antiguos valles, montes y zonas boscosas han sido transformadas en ciudades, alterando así los cauces y depresiones que la naturaleza tenía.

Pero la Ciudad de México no siempre fue así, ésta se ha transformado desde su nacimiento ocurrido en el siglo XVI y hasta la fecha sigue acrecentando su particular fisionomía que engulle todo a su alrededor. Como buen monstruo, esta ciudad posee dos cosas inalienables: un encanto que atrapa y a la vez repele, y un cuerpo único o distintivo que es identificable como maravilla en los relatos que hablan de él, tal como ocurría con las faunas mitológicas descritas en los bestiarios desde el Medioevo.

Como todo cuerpo, el de esta ciudad tiene órganos, arterias, piel y corazón. Su corazón es un remanso simbólico que late con la fuerza de la narrativa histórica —discurso hegemónico del pasado— que recubre de leyendas a los primeros inmuebles que se erigieron y aún flanquean la plaza del Zócalo. Ésta sigue siendo el punto de convergencia social con mayor significado y receptáculo del imaginario en torno a la ciudad, pues la planeación de las primeras calles, como arterias conductoras de la savia social, desembocaban en dicha plaza convirtiéndola en el centro, hoy histórico, de actividades cotidianas. Aun con ciertas pervivencias, cada etapa en el devenir temporal de la urbe tiene su correlato arquitectónico, a menudo ligado con la ideología, así como con los usos y costumbres de la época. Por lo tanto, la piel de la ciudad es reptiliana puesto que solo la labor arqueológica de la memoria es capaz de revelar sus múltiples capas.

Esta pluralidad de riqueza caleidoscópica coexiste mediante las narrativas pues, cuando nos referimos a “La ciudad”, su imagen fractal aparece, exclaman las (otras) ciudades, como cabezas de la Hidra: «¡No me olviden, yo también vivo aquí!». ¿Cómo abarcarlas todas? ¿Sería posible? Seguramente no y menos mal, porque ¿qué sentido tendría la existencia de un monstruo cuyos secretos fueran burdamente revelados? El enigma urbano y las versiones contradictorias en torno a él forman parte de su hálito vital.

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