Monstruo escritura

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De todos los monstruos habidos y por haber, ninguno me aterra tanto como mi escritura. Los monstruos que aparecen con la noche se desvanecen al amanecer, puntuales, respetan la dinámica día-noche y regresan al no-lugar de donde provinieron. Los esqueletos, los fantasmas, los vampiros y los hombres-lobo repliegan su ser-no-ser apenas suenen las primeras campanadas del día y un atisbo de luz aparezca en el cielo.

Me sorprende la cortesía con que actúan, pues no solo respetan horarios, sino también creencias. Tal es el caso del vampiro que, ante la figura de un crucifijo cristiano, retrocede y deja a su víctima en paz. Los monstruos incluso se muestran indulgentes con sus víctimas al concederles una muerte pronta. No es el caso del vampiro, porque tal vez, al ser un poco más parecido al hombre, tortura a sus víctimas de manera prolongada. El hombre-lobo, en cambio, de un zarpazo y una buena mordida, mata a su presa. La agonía es breve.

Quisiera decir lo mismo de mi escritura: que acude acordadamente en la noche o en el día y que se retira cuando ha cumplido su encargo. Que no es una agonía prolongada. Que no irrumpe en mi pensamiento durante la noche y anida como sierpe, a la espera del momento preciso para atacar. Que no se comporta dictatorial y busca su libertad de expresión a toda costa.

No temo a la página vacía, a ese espacio de blancura enceguecedora, temo a la mano exangüe que dicta el final. Temo al caos de la página, a la danza macabra entre sus grafías y mis pensamientos. Temo a la precisión categórica que me exige y al constante mandato de descubrir nuevos olores e imágenes. Temo su carácter imperioso, cuya fuerza lleva a mi desbordamiento. Y temo su capacidad de exorcizar mis demonios, dejándome expuesta.

Pero mentiría si dijera que no he reído con mi monstruo, que no hemos pasado un buen rato escuchando música y bebiendo té, que no me ha producido una carcajada mientras observo sus fauces seductoras aproximándose a mi cuello. Hemos aprendido juntos, pues, a ser uno en dos, a leernos los labios en situaciones concretas, a adivinarnos el pensamiento cuando se requiere y camuflar las heridas de nuestra piel.

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Comentarios (1)

Un texto brillante, Casandra. Seductivo y visceral a la vez. Se distingue la sinceridad que habita cada imagen. Excelente combinación de tópicos y estructura.

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