No todos los monstruos hacen cosas monstruosas

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Cuando nos referimos a un monstruo es claro que imaginamos grandes dientes filosos, un cuerpo y rostro horrendo y unos ojos siniestros esperando el momento para atacar. La literatura popular nos muestra eso desde que somos niños.

Pero la realidad puede ir más allá. Un monstruo también puede tener la cara de alguien amado, el cuerpo de un héroe, la imagen de un salvador o la reputación de un santo. Además, no todos los monstruos hacen cosas monstruosas. Algunos solo lo piensan, otros solo lo desean: los únicos que se conocen son los que actúan.

Siempre he sentido que hay un monstruo en cada uno de nosotros, pues nadie es tan puro, ni tan malo. Parte de ser nosotros mismos tiende a lidiar con ello todos los días: cuando peleamos, cuando nos enojamos, cuando nos lastiman, cuando hacen daño a quienes nos importan e incluso cuando vemos la acción de otro monstruo.

Nadie se libra, no importa el dinero, la región, el estatus, los estudios, la educación. Todos somos buenos y malos en la historia de todos, la diferencia entre los que son amados y los que son odiados se deriva de lo que hacemos frente a los demás. La moralidad y la ética determinan quién es aceptado y quién es rechazado, quién es un héroe y quién se convierte en un monstruo, pero aquellos que juzgan sólo son verdugos. Quizás no actúan, pero sí aceptan, aplauden y elogian acciones que bien pueden ser monstruosas.

Eso no los hace tan diferentes a quienes juzgan, sólo los convierte en un enemigo más de su propia historia. Sólo un monstruo más de la vida cotidiana…

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