Por debajo de las uñas

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El cuarto está inundado de un olor putrefacto. Afuera ya no se escuchan los sollozos de Graciela. Ha decidido dejarme en paz… o el olor a muerte se impregnó en cada rincón del exterior que terminó por ahuyentarla. Me encuentro solo.

Graciela lo había adivinado días antes: en la casa rondaba la muerte. Era una habilidad suya que siempre despertaba mi envidia. Yo quería sentir la muerte en mis propios huesos… pero todos sabíamos que Graciela fue la que nació con eso.

Mi mamá tenía unos animales que vivían en el corral. Era grande, pero no tanto como para tener vacas o cerdos, lo cual encajaba con su personalidad, pues le gustaban más los animales chicos. De vez en cuando llevaba a Graciela al corral para revisarlos: “para que los sientas”, decía ella. Si a Graciela le dolían los huesos al observar a alguna de las gallinas sabíamos que nada se podía hacer… solo esperábamos para hallarla tirada en medio del corral, o despedazada por alguno de los perros cuando les llegaba la loquera.

A mí me gustaba acompañar a mi hermana cada que miraba a los animales. La veía tan concentrada, atenta; pero cuando sentía la muerte cerca le agarraba una temblorina que yo no entendía. Llegué a pensar que era dolor, hasta que me dijo que era otra cosa. “Un miedo que ni yo entiendo… una niebla espesa y negra que se me mete por debajo de las uñas”, me dijo un día. Yo quería saber qué era. Ansiaba conocer la muerte que se introducía en mi hermana cada cierto tiempo.

El día que sintió que mi mamá se iba a morir, Graciela se desmayó. No nos quería decir a nadie lo que le pasaba. No salía del cuarto ni para sentir a los animales. Yo creo que el miedo del que me habló se adhirió a ella como una segunda piel. El nerviosismo de Graciela despertó mis ansias por saber quién se moría. Estaba preparado, yo no le tenía miedo a la muerte. Pero cuando hallamos a mi mamá tirada en el corral sentí que un aire gélido se me metía por las uñas.

Del cuerpo de mi madre sale una niebla espesa y oscura, casi verdosa; viaja por todo el cuarto hasta rodear mi cuerpo entero y levantar cada uno de mis vellos. Siento que los huesos me palpitan, y afuera ya no escucho un solo suspiro que me avise de la presencia de Graciela.

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