Transición

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¿De quién eran esas manos frías que tocaban mis sábanas? Aun no lo sé, pero ese tacto nocturno me es conocido. Esas uñas que, afiladas, acariciaban mi rostro desnudo bajo la almohada, rasgaban mis recuerdos y se hundían profundo en una especie de laberinto donde fluían insaciables los deseos de alguien más. Ese otro, dueño de esas manos y esas uñas, dueño también de esos deseos, se vestía con mi piel y usaba mi voz como su voz. 

Avanzada la noche, cuando tímida y curiosa se asomaba la luna por la ventana, mis ojos entreabiertos vislumbraban una especie de forma sin forma en el sitio donde debería haber estado mi cuerpo. Pero de mí no quedaba nada, o casi nada, el resto era tomado por completo por sus manos (las manos del otro) y entonces mi aliento era también su aliento.

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