A.C.

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El aterrizaje forzoso te lleva más allá del destino planeado. Intentas establecer contacto con los tuyos, pero los aparatos de comunicación se han vuelto inservibles y solo escuchas el «HISS» a través de los auriculares. Cesas en tu intento por pedir ayuda cuando escuchas  rugidos en lo profundo de aquella planicie tropical que algún día se convertirá en un desierto. Algo es seguro para ti: ya no estás en casa.

Decides buscar una guarida antes del anochecer. Emprendes camino entre los espesos matorrales y te resguardas cuando grandes pisadas hacen retumbar la tierra a tu alrededor. Un mamut pasa corriendo junto a ti antes de ser embestido por un lobo.

Finalmente llegas a tu nueva guarida y enciendes una fogata. Un tímido «GOR-GOR» surge de las profundidades y, con ayuda de una antorcha improvisada, distingues a una criatura peluda encorvada en un rincón. Es una hembra con su cría en brazos. Intentas acercarte a ella con un pedazo de carne seca que llevabas en la mochila y serviría como tu cena. Te llevas un trozo a la boca, lo masticas, te sobas el estómago para darle confianza y le extiendes el resto a ella. Mientras, divides en sílabas la palabra «CO-MI-DA». Ella no te entiende, gruñe y tira lo que le das con recelo, lanza un chillido que te recuerda al viejo loro de tu abuela. Mientras intentas comunicarte con ella una flecha te atraviesa el muslo y acompañas tus gritos de dolor con un «CHINGADA MADRE».

Un «GAR-GAR» surge de la primitiva garganta del macho que con curiosidad trata de repetir las maldiciones que vas diciendo. Se planta frente a la hembra y la criatura para protegerlos de ti. Su primera palabra es un arcaico «GADA MA» que repite dando saltos laterales mientras te señala con otra lanza.

La máquina del tiempo había funcionado llevándote 100,000 años atrás. Aquel día, en el que las cosas aún no tenían nombre, le diste a la humanidad su primera palabra. A cambio, te estamparon una piedra en la cabeza para que tus gritos no llamaran la atención de los lobos.

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