Callar es olvidar

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Ese día un penoso silencio se había adueñado de su lengua tras haber formado parte en tan abominable suceso. Quería compartirlo, pero todas las palabras de su vocabulario se habían esfumado, con excepción de la célebre frase del Tractatus Logico-Philosophicus: «De lo que no se puede hablar, se debe callar».

Pero, ¿por qué callar? Había sido la víctima, la gente tenía que enterarse. Pero, ¿para qué? No podía permitir que aquello quedara enterrado en el olvido, tendrá que exponerse a los reproches de las autoridades y de la sociedad. Ellos tendrían que ser los señalados, por volver el rostro, pues en la profundidad de su conciencia saben de su complicidad. Es decir, en el momento del perjuicio (sea cual sea) se hacen de la vista gorda, desentendiéndose de su responsabilidad de actuar.

Aunque el pasado es inamovible, decidió explorar el campo de la escritura, mismo que se encuentra entre los reinos del silencio y del habla, con la finalidad de reflexionar voluntariamente los hechos y el porqué de su (no) actuar. Revivirá el miedo, la vergüenza, el asco, el coraje. Escribirá. Tachará. Arrancará el papel. Pensará que es inútil, que es inefable, que no tiene sentido. Que se encuentra en la soledad, en el abandono…

Aquel día que las cosas no tuvieron nombre permanecerá en su memoria hasta el último aliento. Mientras tanto, procurará construir un lenguaje capaz de nombrar aquella fatalidad, uno que permita la comprensión de quienes decidan no ser cómplices y que marquen una pauta para las generaciones venideras. Aquel día no pudo hablar, pero decidió no volver a callar.

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