Canis Lupus

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La luna alta, llena, orgullosa. Está en el cielo, alumbrando todo a su camino. Los árboles altos, espesos, orgullosos que salen de la tierra, no permiten que ella los alumbre más allá de su primera fila.

Las sandalias de cuero, una vez más abandonadas al principio de mi trayecto, me permiten sentir la tierra mojada entre los dedos. Una a una, aparecen las piedras que amenazan con abrirse camino en las plantas de mis pies fríos. A veces hago por evitarlas, esta vez no. 

A medida que avanzo siento como se cierra el espacio entre un árbol y otro, como si crecieran frente a mí. El ruedo de la falda se atora con las ramas que cubren el suelo, los hilos sueltos bailan en mis tobillos con la brisa y las puntas de mi cabello suelto sobre mis pechos desnudos. 

A veces cuento los pasos, esta vez no. Aun así, siento que el momento se acerca. Como mecanismo que no falla, escucho el familiar crujido detrás de mí. «¿Quién anda allí?», pienso cada vez, sin detenerlo nunca.

Usualmente es el momento de la noche en el que miro la luna y me lleva a mi casa, a mi cama. Es el momento en el que todo termina, pero ella ya no está. «¿Quién anda ahí?», pienso, sin mirar el hueco que ha dejado. »¿Qué sentido tiene si ya nada importa?», sigo avanzando. 

Sin ella, el vacío se hace infinito y la única luz que me acompaña es la que sale de mis manos. Escucho un crujir detrás. Una, dos, tres veces, cada vez más cerca. Giro lentamente la cabeza, pero con los pies bien plantados. Mi luz me ciega y cierro los puños, no encuentro nada. 

«De este lado». Escucho una voz dentro de mí, pero ajena. Mi cabeza regresa de golpe, frente a mí hay un lobo negro. Se perdería por completo en la noche de no ser por sus ojos grises y su pelaje que se mueve con la brisa. Lentamente abro las manos, la luz no parece molestarme esta vez, a él tampoco. Siento cómo sube el calor de mis manos a mis brazos, cómo el calor de lobo llega a mi pecho. »El sentido ha cambiado y ahora solo importas tú», escucho esa voz otra vez, suya. Se da media vuelta y se echa a correr, lo sigo sin pensar. 

Corremos, primero él delante de mí, luego vamos a la par. En lugar de perder visibilidad, ésta aumenta. Se nos acaba el bosque, ahora lo vemos desde arriba, ya no siento la falda, mi cabello, ni la tierra mojada. Ahora estoy alumbrando todo en mi camino. Alta, llena y orgullosa. 

»El sentido ha cambiado y ahora solo importas tú, Luna». Escucho que me dice mi lobo.

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Comentarios (1)

¡Magnífico! Muy mágico, gracias por transportarme y hacerme vivir tu experiencia. Tengo debilidad por la luna y lo que sabe y ha visto, también ha vivido nuestros sueños.

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