Culpa a la botella

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Las tres de la madrugada. De nuevo. Beber tanto café antes de dormir nunca es una buena idea. Siento como si una carcajada estuviera atrapada entre mi pecho y mi garganta, pero que si me riera, se desataría este nudo de lágrimas. Ruedo de un lado al otro en la cama hasta que no puedo más. Ya traté de escuchar canciones, pero pareciera que alguien cambió su idioma. Contar cosas no funciona porque siempre termino contando lo que me avergüenza del pasado. La solución que antes me servía era respirar. Eso hasta que la última vez que traté de hacerlo me ahogué con mi propia saliva: ya ni tragar me sale bien. Así que, sabiendo que el sudor frío de mi frente y el calor del resto de mi cuerpo no se irían, retiro las sábanas y salgo. Me paro y me dirijo hacia la cocina.

Al llegar prendo la luz y mis ojos se encogen al instante, dolidos al contacto de la repentina iluminación. Con paso aún más pesado, me dirijo al gabinete por un vaso. Al hacerlo, mi vista capta la botella de vino que se asoma desde el trinchador. Siento cómo esa sensación conocida y cotidiana se apodera de mis pensamientos una noche más: ¿vale la pena? ¿Debería rendirme ante todos los deseos y posibles adicciones? Si la fuerza de voluntad se desmorona con una simple visita del arrepentimiento y la ansiedad, ¿vale la pena seguir luchando contra la corriente? A veces, como ahora, me lo pregunto en serio. Me quedo observando peligrosamente a la botella de vino que está guardada en el mueble. Si ya todos lo hacen, ¿por qué no yo?

La tentación crece más aún cuando creo tener el control de lo que pasaría. El control. Sí, seguramente no lo perdería. Nada malo tiene que pasar.

Una mejor idea cruza mi mente: ¿importaría si algo malo pasara? Yo debo, debo y debo. El deber es lo que me mantiene en esa cuerda floja. ¿Acaso no todos deben? ¿No temen?

A veces quisiera acabarme esa botella. Para probar un punto. Para decirles a todos que yo también puedo mandar a la mierda lo que debo y no debo. Para decirles que yo también puedo mandar a la mierda mi cuerpo y mi salud y a esta estúpida imagen que he creado para mí. A ese estúpido ego que cree que por eso busco perderme. Porque a veces también quiero vivir perdida debido a una razón. Decir que no me acuerdo del camino porque perdí la conciencia. No sé qué hacer porque me desmayé. Estoy perdida porque tomé la botella del mueble. Entonces lo que quiero y debo pierde el resto de relevancia que tenía: todo es culpa de la botella.

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