Despedida

Me despido de mi mano

que pudo mostrar el rayo

o la quietud de las piedras

bajo las nieves de antaño.

Para que vuelvan a ser bosques y arenas

me despido del papel blanco y de la tinta azul

de donde surgían ríos perezosos,

cerdos en las calles, molinos vacíos.

Me despido de los amigos

en quienes más he confiado:

los conejos y las polillas,

las nubes harapientas del verano,

mi sombra que solía hablarme en voz baja.

Me despido de las virtudes y de las gracias del planeta:

los fracasados, las cajas de música,

los murciélagos que al atardecer se deshojan

de los bosques de casas de madera.

Me despido de los amigos silenciosos

a los que sólo les importa saber

dónde se puede beber algo de vino

y para los cuales todos los días

no son sino un pretexto

para entonar canciones pasadas de moda.

Me despido de una muchacha

que sin preguntarme si la amaba o no la amaba

caminó conmigo y se acostó conmigo

cualquiera tarde de ésas en que las calles se llenan

de humaredas de hojas quemándose en las acequias.

Me despido de la memoria

y me despido de la nostalgia

–la sal y el agua

de mis días sin objeto–

y me despido de estos poemas:

palabras, palabras –un poco de aire

movido por los labios– palabras

para ocultar quizás lo único verdadero:

que respiramos y dejamos de respirar.

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