El deseo incontrolable

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Desperté una mañana después de una noche de la que no recuerdo nada, tuve un sueño, una pesadilla: un hombre se acercaba a mí mientras caminaba hacia mi casa y mordía mi cuello hasta sacar la última gota de sangre de mi cuerpo.

Desperté y me sentía diferente, como si cada músculo de mi cuerpo estuviera consiente de cada movimiento que hacía, podía experimentar los sentidos de mi cuerpo optimizados al límite. Todos mis sentimientos se maximizaron, la tristeza de despertar solo se convirtió en una depresión profunda de la que nunca podría escapar y la pequeña felicidad de ver la luz del sol se volvió una ventura irreparable.

La luz del sol era hermosa, pero al instante que decidí tocarla ya no se sentía igual, era como si mi cuerpo luchara contra los rayos de sol que buscaban iluminarme. Lo peor de todo era el hambre incontrolable que tenía, sabía que tenía que alimentarme, pero no sabía de qué. Horas después decidí salir a caminar a luz de la luna y entonces todo cambió.

Caminaba junto a las personas y lo único que oía era el pulso de su corazón palpitante, sentía un impulso de desgarrar su piel. Temeroso por mis impulsos me escondí en un callejón y pobre inocente hombre que se me acercó a darme ayuda, me dio la mano y sentí su pulso, su sangre corriendo por sus venas, su corazón palpitando, tenía un deseo incontrolable de beber la sangre de su cuerpo. No pude controlarme, me abalancé con todas mis fuerzas sobre él y, tal como en mi sueño, bebí cada gota de su cuerpo hasta oír su último aliento antes de morir. En ese momento comprendí todo, mi sueño había sido una realidad, la realidad tan miserable que me deparaba la eternidad.

Me sentí tan culpable de ver a ese pobre hombre, inocente, muerto, sabiendo que había sido mi culpa; quería morir, pero no podía, intenté todo y nada funcionó, lo único que funcionaría sería controlar el deseo insoportable de sangre y dejarme morir en un proceso lento y doloroso de disecación, mi cuerpo estaba en un dilema entre morir o seguir.

No lo pude controlar, es imposible controlarlo, es una maldición de la que nadie puede escapar, esto pasó hace más de 200 años, cada día despierto sabiendo la miseria que me espera, odiando al monstruo en el que me convertí. Lo que más extraño es el sonido de mi corazón latente, ser humano; lo extraño más que a nada en este mundo.

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