En el vacío de la calma

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Despierto y observo un mundo que parece disperso y al que siento no pertenecer, es tan confuso que no sé cómo asignarle un nombre, igual a esas pesadillas donde no vuelas, sino que caes tan profundo y lento que no sabes si es realidad o fantasía.

Llegan a mí diferentes olores. Uno en particular nombra mi pasado: el olor tan singular a sangre que acalla mi tristeza. Eso me confirma que es solo un sueño, un mal sueño, o eso quiero creer. Me obligo a pensar que esto es una horrible pesadilla que pronto terminará.

Percibo sonidos, en su mayoría gritos que acallan mi desesperación. Intento no caer en un sueño profundo, estoy inmovilizada, algo me detiene; una confusión me invade y quisiera gritar, pero mi voz es apenas un susurro. Mis peores temores acallan un vacío de calma, volteo con esfuerzo, o eso intento, y observo a alguien a mi lado; es de ese cuerpo de donde proviene la sangre.

Alex permanece inerte a mi lado y no puedo explicar el pánico y la angustia que me recorren por no poder hacer nada, quiero pedir ayuda, gritar, decirle a los demás que estamos aquí, solo que nadie me escucha por más que lo intento; tomo su mano en un intento desesperado por ayudarle, pero no responde, sangra cada vez más y la expresión de su rostro me indica una incesante preocupación.

Cierro los ojos, solo para visualizar escenas de lo ocurrido: una camioneta a gran velocidad y en sentido contrario; segundos antes se escuchaba en el reproductor cierta canción que tarareaba a pesar del disgusto de Alex; todo fue tan rápido, él intentó girar para esquivar un destino inenarrable.

Recuerdo un estallido, un golpe y su mirada. Después de todo, Alex me protegió como siempre lo hizo. ¿Cómo asignar un nombre a algo tan puro como el amor? Intento, con toda la fuerza que tengo, no cerrar los ojos de nuevo; lágrimas caen por mi rostro y no sé qué hacer para ayudarlo. No me importa mi estado, le hablo, pero el sonido que emito es solo un murmullo acallado por el ruido exterior que logra vencerme y depositarme nuevamente en brazos de Morfeo.

Mi vida en imágenes tan reales me hace sentir como una espectadora. Escucho voces muy bajas que, como si fuese un secreto, reiteran lo afortunada que soy por estar aquí cuando nadie sobrevivió. Lloro porque sé que el silencio abrumador del vacío de la calma no acallara ni durará lo suficiente para permitirme empezar de nuevo, sin la mirada amorosa del que creyó en mí y me ayudó a reconstruir un alma herida.

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