Inmersión

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Ayer las cosas perdieron su nombre,

lo dejaron regado en el cesto de la ropa sucia,

en el rincón polvoriento del cajón más olvidado,

entre las hendiduras del suelo que se abre a la tierra.

Las cosas ya no tienen nombre,

lo espantaste con el humo del verde suspiro.

Está escondido detrás de la oreja,

en la lectura de los astros hostiles.

No quedan las palabras,

tan solo la memoria de sus himnos.

Puedes hallarlos en el encuentro silencioso de los recuerdos,

tras el misticismo de las noches de niebla,

debajo de la huella de la oruga,

en el mentón elevado del cadáver.

Podrías buscar los nombres en el petricor de la tarde nubarrosa,

en la morfología de la lengua de tu ombligo,

detrás del discurso universal de los lunares obscenos,

o en el exceso visible de los cabellos perdidos.

Las cosas ya no tienen nombre

y con ello,

queda el vacío de los gritos matinales.

Vienes con las flores marchitas de eucalipto.

Detente.

Es tarde para levantar los girasoles.

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