
Hemos creído en la eternidad
como la religión única de todas las cosas.
Un Dios abrahámico creó
un mundo de la palabra,
antes de la luz, existió su nombre,
antes de siquiera existir
en realidad.
Es el nombre la primera existencia,
la palabra mágica,
el bautismo en el purgatorio,
el beso de todas las fuerzas,
y creímos que nunca iba a morir,
pero eventualmente lo hizo.
Nos quedamos sin nombres,
desnudos de identidad, de ideas,
y ya no hay viento en la memoria,
ni interior sagrado,
ni genio malvado nos dirige,
ni nos encierra, ni nos deja ser.
Ni la piedra queda,
ni la lluvia que sólo nace
para morir,
desgarrarnos el anonimato
que es nuestro único alimento.
El olvido es la única
caja mortuoria
en la que cabemos
todos.
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