Un evento especial

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Agustín se la estaba pasando muy bien, le hacía feliz mirar a su familia reunida. Era una noche encantadora y las personas no dejaban de entrar al lugar. 

Pronto llegaron sus amigos y compañeros del trabajo. Todos iban hacia a él, como si no hubiera cosa más importante en el mundo que ir a saludarlo. Era el centro de atención y le encantaba saberlo. 

Entre el mar de gente distinguió una voz que aniquiló su alegría. Jamás olvidaría ese timbre, era Victoria, su primera esposa. 

Aquella mujer tenía un carácter de los mil demonios, a la menor provocación su boca se abría para soltar infinidad de groserías que si encontraban resistencia podían escalar y convertirse en agresiones físicas. Recordó la última vez que se vieron, ella le aventó una piedra a la espalda. 

Agustín temió por María, su actual esposa. Ella era más tranquila pero también tenía lo suyo, se sabía defender y no se iba a quedar callada. 

Se avecinaba una tragedia, cada paso que daba Victoria era una declaración de guerra. El hombre tenía que hacer algo, ya fuera implorar por la prudencia de las mujeres o buscar la manera de escapar de ahí. Empezó a rogar al cielo un milagro, una solución a su problema. 

En su desesperación reunió fuerzas y se levantó enérgico, completamente erguido, como si con el lenguaje de su cuerpo estuviera anunciando que nadie le echaría a perder su día especial. Pensó que debía decir algo, pero no se le ocurrió nada contundente. Se quedó estoico, hasta ahí llegaba su plan…

Los invitados se quedaron perplejos; los múltiples murmullos se diluyeron con el grito de la madre de Agustín, estruendo que fue la antesala de un silencio total. 

Después de unos minutos incómodos, el tío Carlos, el único médico de la familia, se acercó. Les pidió que se lo tomaran con calma, había una explicación científica para lo que acababan de presenciar. 

—No es un suceso aislado, se han documentado eventos así. Tiene que ver con la presión que se queda acumulada en las articulaciones y músculos. 

Victoria no se fue, pero no habló el resto de la noche. María también se quedó callada. Agustín siguió disfrutando de su velorio, ya no había nada que le causara preocupación.

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