Casi rojo

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Lavé su ropa, la camisa otra vez manchada de lápiz labial, salpicaduras de color carmín. Anoche llegó directo a la cama, pero hoy, ¡hoy es nuestro aniversario!, y le tengo preparada una cena especial. Lo esperaré hasta pasada la medianoche.

No llegó a cenar.

Al amanecer encontré su ropa tirada, de su pantalón cayeron un par de accesorios de bisutería y el recibo de la cena que marcaba las 23:13 horas. Habría llegado tal vez pasada la medianoche, pero no fue así, lo supe por Amparo, la vecina.

—¿Tu esposo? Llegó en la madrugada con otra mujer, al menos diez años menor que tú. Era una muchachita, pero no es la primera a la que veo bajarse del coche de tu marido.

Desperté a primera hora con el anhelo de despedirme de él antes de que se fuera al trabajo, pero cada vez sale más temprano.

Hace dos días que no lo veo.

Anoche llegó sin pronunciar una sola palabra, dejé preparada la mesa para cenar, pero se fue directo a la cama. ¡Ese trabajo cada vez lo agota más!

Hoy lo vi salir, llevaba un suéter de tono beige pues era la única prenda que no estaba estropeada por las manchas color óxido. Reflexioné sobre colgar su ropa al sol, tal vez eso ocasionaba la coloración, pensé que quizás él solo había derramado café o que alguno de mis calcetines que a veces se mezclaba entre la ropa blanca era el culpable del desastre.

Le dejé el almuerzo sobre la mesa, pero salió tan apresurado que lo olvidó. Por la noche llegó. Sin el suéter. En su lugar, vestía una camisa blanca. ¡Una prenda blanca más! No sé qué tiene con la ropa de tonos claros si sabe que me cuesta limpiarla. Siempre la ensucia tanto que termino por tirarla a la basura. Esta vez, las manchas sobre la camisa eran de un tono más brillante de rojo. Un granate muy oscuro que se asemejaba al color café. Los tonos de rojo siempre son los más difíciles de remover. Lo sé porque lo experimento cada mes, las manchas de sangre dejan evidencia, tardan mucho en desvanecerse y nunca terminan por hacerlo, siempre queda una mancha marrón que delata su presencia.

A la mañana siguiente, antes de salir a hacer las compras, encontré su suéter tirado en el piso. Estaba tan opaco que ya no se distinguía el color original. De un tono beige pasó a ser casi rojo. ¡Otro suéter que se va a la basura! Esta vez había quedado totalmente estropeado. Caminé hacia al supermercado y un montón de retratos estaban pegados sobre los postes de la calle. Todas eran mujeres mucho más jóvenes que yo, al menos una década. Lo supe por sus accesorios, una señora como yo ya no está para usar cuentas de colores sobre el cuello.

Sentí el cuerpo más liviano y el rostro se me llenó de lágrimas cuando bajo los rostros leí la palabra desaparecida. Por fin estaba en paz: sabía que mi esposo no me estaba siendo infiel.

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Comentarios (1)

Increíble texto, me dejó escalofríos pero me atrapó completamente!!

Por Kevin Limón Cancelar la respuesta

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