El síntoma de la noche

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Nací en una ciudad. Cuando era pequeña tropecé con un barrote de la jaula, de manera que mi sombra se desgarró en la caída. Me quedé sin ella, salvo algunas manchas que salpicó en toda mi espalda y mis orejas. Esto tiene una ventaja: mis depredadores no podrían ubicarme tan fácil. Actualmente no debo preocuparme más que por la falta de comida o agua, que generalmente está dispuesta cada día.

Hace unas décadas que me adoptó un muchacho que vive al sur de la ciudad. Tiene sombra y me trata como si fuera la única certeza de su vida. Llega a nuestra madriguera y se deshace en palabras. A veces canta, y a veces sólo escribe. Me llama por muchos nombres cuando habla pero el más común es coneja. Yo no puedo corresponderle porque habito el silencio y mis acciones hablan por mí. Es cuando él se queda en silencio cuando mejor nos comprendemos.

He descubierto que su sombra le atrae depredadores muy feroces. Las noches de lluvia, las horas y últimamente menciona una nueva amenaza: la ansiedad. Ésta le modifica la forma de su lengua, haciendo que hable en signos de interrogación, a veces dice palabras rotas y opacas. A veces sólo se sienta y comienza a supurar una esencia más espesa y oscura que la noche. He pensado que ello se debía a su sombra. Sin embargo, he concluido que no. En realidad se debe a todas las personas a su alrededor, que la tienen y la ignoran. Ignoran los depredadores que cada sombra atrae.

No es necesario despojarse de la sombra como una serpiente de su piel, pues ésta tiene el mismo complejo que la noche: lamerlo todo sin llegar a poseerlo. Tampoco es necesario domesticarla, como sucede con los animales o el pasado. Las personas creen que al hacerlo se vuelven más humanas.

He intentado mostrarle al muchacho que las noches con lluvia y la ansiedad pueden ser también noches donde la ciudad se acicala y que una hora es la posibilidad de estar bien a la hora siguiente. Me refiero a que no soy consciente del tiempo. Dicen que esto nos hace inmortales a los animales. Cuando él me encuentra estoy dormitando, sin pensar en los depredadores, en el filo de las horas o lamentando no ser como cualquier conejo o coneja.

Hay quienes ven la ciudad como una jaula, hay quien dice que cada mente fabrica sus llaves para liberarse de ella. Y aunque yo no sé de montes ni pastizales, sé que la oscuridad me da seguridad, siempre ha sido así para el género cuniculus. Porque, como para la luna menguante, siempre está la posibilidad. Un cambio que promete la esperanza con un mínimo de luz.

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