
¿Oyes las voces, querido amigo?
Son del ayer.
Desaparecen.
No vuelven a convencer.
Existieron y en el plano
del pasado se quedaron.
Hace unos días te visité, amiga adorada:
estabas reluciente
con tu sonrisa
—habías avanzado en tu vida—.
Fallo como amigo,
escapo de todos para encontrarme
conmigo mismo.
No suelo demostrar afecto a simple vista,
el enamorado guarda silencio:
llega a ser profundo
y se queda en el vacío.
Me preguntan si mi cariño es irreversible:
se opaca con la nostalgia del momento.
Como una paloma al mediodía,
vuelo sin rumbo fijo,
esperando un nuevo mito.
Una historia de amor
es una historia de dolor:
tiene diferentes interpretaciones:
en las amistades es una vorágine,
en las parejas sostiene un paroxismo
y en la familia carga consigo una vehemencia.
Melancolía a su alrededor.
Transparencia en su interior.
Creo en la reciprocidad:
nadie merece ser una segunda opción,
un plato asegurado:
vivir a escondidas del interior,
fallando al exterior.
Armo mis maletas:
en un punto de la vida
nos volveremos a encontrar,
pero ya no seremos los mismos,
pasaremos a cambiarnos de pensamientos,
habremos conocido nuevas personas
—cada una de ellas demostrándonos
cariños distintos—
y abrazado otras almas.
Le digo al viaje:
«Ayúdame, por favor,
estoy cansado,
con el corazón
hecho pedazos,
con las lágrimas
sobre la taza de té
y con un dolor en el
pecho».
No debí demostrar mis sentimientos.
Nunca fui lo suficientemente valiente
para alcanzarlos en el camino:
cada uno va por un rumbo distinto;
yo tomo el caballo de mi propio
destino.
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